Entradas

Un perro invernal, una acera de verano y un flaneur curioso.

Imagen
  Mi único y querido lector es buen conocedor de que a mi alma literaria le agrada sobremanera que mi cuerpo se disfrace con habitualidad de eso que los cursis gabachos denominan flanerur. El flaneur no es otra cosa que un vagabundo callejero pero con una holgada situación económica y buena posición social, que, por cierto, tampoco es mi caso. Aquí, al sur de los Pirineos, es lo que viene a ser un curioso impertinente callejero y observador de la arrogancia de los hombres, la belleza imperturbable de las mujeres y del ambiente ácido de los cafetines, los bares de mala nota y los restaurantes estrellados por culpa de una marca de neumáticos.             Este que suscribe es aficionado a este caminar sin rumbo aparente y a llevar bien abiertos los ojos para otear lo que le circunda y, de este modo, no solo aprender (y aprehender) la vida, sino también para generar material literario, pensamientos antropológicos y divagaciones filosóficas. Los paseos en solitario son fuente inagotable

Miedos... Medios

Imagen

Belleza ninguneada

Imagen
    Miguel Ángel, Dante, Velázquez, Calderón, Bernini, Goya, Chesterton, Hichtcock.             Cuando uno escucha estos nombres propios le viene a la cabeza la misma idea que si escucha El David, la Divina Comedia, Las Meninas, La vida es Sueño, El rapto de Proserpina, La Familia de Carlos IV, Ortodoxia o Vértigo ( De entre los muertos), obras todas ellas de los autores arriba mencionados. Y esa idea no es otra que la idea de BELLEZA, así en mayúsculas. La Belleza, junto a la Verdad y al Bien son el trío que designa lo transcendente, lo que nos eleva sobre el resto de criaturas y sobre nuestra propia especie.             El arte, en todo su maravilloso esplendor, ha sido el fiel reflejo de la belleza o, al menos, el fiel reflejo de su búsqueda constante. Los artistas se han caracterizado   no sólo por su ensimismamiento natural o congénito, sino por esa especial concentración en los detalles, en los contornos o en esas nimiedades, desapercibidas al ojo inexperto, que, sin embarg

Escritura sagrada

Imagen
  Metáforas. Comparaciones. La descripción del brillo de unos ojos con los que te cruzas en el paso de peatones de la avenida donde vives. Esa idea que, como el zumbido de un mosquito insomne, sobrevuela tu caletre en el duermevela del recién acostado. O esa luz del atardecer poniéndole los rulos de nubes a las crestas de las montañas. Medio kilo de pepinos, dos cebollas. Lo que tengo que hacer sin falta mañana. Esa conversación capturada al vuelo rasante de las palabras en el interior de un vagón de tren de cercanías y que pienso utilizar en mi próxima novela. La receta del salmorejo cordobés, del pollo asado, del flan de huevo. Un verso de una canción que no quiero olvidar. El título, el subtítulo y el ISBN de lo último de Daniel Gómez Aragonés para encargárselo a mi librera de cabecera. Lo que necesito decir en la primera reunión de la mañana en una agenda de anillas.   Un hoy no vendré a comer.             Todo lo anterior y un millón trescientas doce mil quinientas cosas más las

Las verdades del barquero

Imagen
    En artículos anteriores manifestaba este aprendiz de plumilla sin pluma que en su cabeza tiene varias pedradas. Varias es un término que se queda corto, pues ha de saber quien esto lee que en su lugar hay que decir innumerables. Y entre esta innumerabilidad se halla la de los refranes, dichos populares y sentencias varias. Este vicio lo adquirí tal vez leyendo a Don Quijote, o más bien a Sancho, que es un no parar de esa sabiduría del pueblo (no de la ciudadanía) o gramática parda. Y con uno de los últimos refranes o dichos con los que me topé fue con este: «Niño refranero, niño puñetero» y, pardiez, con lo que a mí me gusta eso de ser puñetero. Me encantó la nueva adquisición.             Me dio por investigar, que a día de hoy es hacer una consulta en la red (Juan Manuel de Prada dixit) , sobre el origen de ese redicho tan nuestro, y a la vez tan actual, como es el de «Las verdades del barquero». Me agradó sobremanera la sorpresa al descubrir que el barquero era de esos que c

Dónde he estado, qué hago y con quién hablo de «Ejecutoria»

Imagen
  El chulito de mi teléfono móvil me avisa mediante una notificación de una cosa muy curiosa que ha llamado con brío a la puerta de mi atención: resumen de actividad y lugares visitados durante el mes pasado. O algo así. El caso es que esta curiosidad mía tan poderosa e irrefrenable me ha hecho rascar un poco y ver el contenido del aviso. Mis pupilas se han dilatado, ha hecho perla la bujía de mi corazón y mi cerebro ha dado un doble salto mortal con tirabuzón. En la pantallita de mi móvil, adictiva como la heroína más pura, se podía observar con todo lujo de detalles, nada de resúmenes, los kilómetros recorridos, tanto a pie como en vehículo o en transporte público; los lugares donde había estado; las cafeterías donde había parado a tomar un café o las librerías visitadas. También se hacía eco la endemoniada pantallita del tiempo que había invertido en visitar los establecimientos y, seguro estoy, el tipo de conversación que mantuve con mi librera de confianza.             Se nos ha i

Libros y derribos

Imagen
Si existen personas con problemas como el tabaquismo, el alcoholismo o el nefasto esnobismo,  yo, por otro lado, padezco la enfermedad del «biblioismo». Esta dolencia, convertida en estos tiempos en una enfermedad rara, pues cada vez la padecemos menos bípedos, consiste en la ansiedad por conseguir libros y suele tener como síntoma principal una espléndida biblioteca de baldas combadas por el peso de la tinta, el papel y las palabras impresas. También se caracteriza por acaparar libros que, aun anotados en la lista de pendientes de lectura, nunca serán leídos, ni siquiera viviendo dos o tres vidas.               Muchas de las bibliotecas de los enfermos de «biblioismo», una vez el afectado se haya mudado al corral donde sueñan los justos, es más que probable que acaben en librerías de viejo, en serio y extremo peligro de extinción, o en una pirámide a merced de las llamas (¡por Dios, con lo que eso contamina!). En mis viajes oníricos más húmedos sueño con que mis libros los seleccion