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Mostrando entradas de julio, 2021

Mis terrores favoritos

  Hace un poco más de una década que fui padre. Desde entonces me he ido dando cuenta, poco a poco y como el que no quiere la cosa, que cada vez tengo más miedos. Gracias a Dios, todos ellos son miedos difusos, abstractos o del todo irreales y casi todos están relacionados de una u otra manera con la salud, la integridad o la seguridad de mi heredero. Me descubro con pavor revisando las ventanas del cuarto piso donde vivimos, no vaya a ser que se pueda precipitar desde ahí mi hijo; aseguro a conciencia todos y cada uno de los elementos de seguridad, pasivos y activos, de cualquier vehículo, a motor o sin él, en el que pueda ir montado mi pequeño; anhelo el momento en el que la llave que le hice el otro día haga girar el bombín de la puerta de casa y ver que llega sano y a salvo de cualquier circunstancia adversa que le haya podido surgir en los cinco minutos que nos separan del colegio religioso donde realiza su último curso de primaria.      Me acojona sobremanera su incierto fu

Desmembramiento familiar

  Por desgracia, conozco a muchas personas que han firmado el finiquito de su matrimonio y que con diferentes tipos de suerte han intentado que la familia se destruyera lo menos posible. Aunque tenemos que partir desde el punto de inicio que cuando sale a escena el personaje del divorcio, que ahora nos resulta tan moderno, tan común e incluso tan necesario, entre bambalinas ocurre el desmoronamiento violento del puente sobre el que se edifica cualquier familia. Y dicho desmoronamiento es brutal, hace un ruido ensordecedor y todo lo que hay a su alrededor lo deja a rebosar de un polvo espeso. Muchos de los interesados, o mejor dicho, de los actores principales, intentan apuntalar uno a uno y con muchos esfuerzo los sillares del puente, en un intento por evitar, aunque sólo sea de modo temporal, lo que al final y sin duda habrá de dejarse encandilar por la ley de la gravedad. De la gravedad de la tierra y de la gravedad de las heridas que deja a su paso. De ambas. Hay otros (actores

EMPODERAMIENTO O ENDIOSAMIENTO

  «En el principio era el verbo». Es decir, Dios. Ese Dios único, sobrenatural, omnipotente. Ese Dios digno de un culto monoteísta. Y Dios estaba en el centro de toda vida, porque así lo era, porque así lo debía ser. Pero, como ya proféticamente se anunciaba en el Génesis, el hombre (Adán y Eva) se vino muy arriba y se creyó el ser más fuerte de la Creación; tan fuerte como para ser capaz de derribar a un Dios único, sobrenatural y omnipotente. Y así lo hizo. Se empoderó de tal manera que se le subió a la cabeza eso de que era invencible, todopoderoso y, en la mayoría del tiempo en el que ocupa su vida, inmortal. Porque yo lo valgo. Pero una vez que el Dios digno de un culto monoteísta fue derrocado y sus estatuas vandalizadas, pintarrajeadas con espray de colores y, por último, derribas ante una turba excitada, el hombre (¡y la mujer, oiga!) empoderado se encontró con un agujero oscuro a la altura de su estómago. Para entonces y como si de un viejo curandero o chamán se tratar

«Sanfermines»

 Ayer fue San Fermín. Un San Fermín de calles Estafetas vacías, de chupinazos mudos que no aletean en el cielo claro de Pamplona, de pastores despojados de sus varas y de toros invisibles. Un San Fermín desolado que nos aleja sin remedio de una Plaza del Castillo sin gente, sin fiesta, sin Hemingway. Un San Fermín que no nos deja triste al final sino al principio de la fiesta, al que no se le puede cantar periódico en mano, al que no se le puede rezar para que la carrera sea limpia. Pero, y esto es un consuelo, ya queda menos para los próximos «Sanfermines», para calzarse las alpargatas, el pañuelo rojo y la boina. Esperemos que sí, que el año que viene se celebren como Dios (sí, en mayúscula) manda, con sus toros bravos y sus mansos (¡qué manía de denominarlos como lo que no son), con sus botas de vino y sus guiris con pronóstico reservado por herida de asta de toro, con sus corrales de Santo Domingo y su callejón de entrada a la plaza de toros. Y también queda menos para el Orgul