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Mostrando entradas de abril, 2022

La pólvora ardiente de las redes sociales

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  La pólvora se ha prendido. Ha bastado un simple conato de chispa, ni siquiera con una temperatura elevada, para encender el reguero explosivo de las redes sociales.             Sucede un hecho: Un hombre corre hacia una furgoneta de color oscuro donde alguien con prisa cierra la puerta corredera de su lateral. El hombre golpea con su mano desnuda los cristales. Tal vez les grite. Se hace daño en los nudillos, de donde se derrama el tímido rojo de la de sangre. Continúa corriendo en pos del vehículo, a pesar de que su persecución a todas luces es absurda, descabellada e inútil.             Alguien a bordo de un coche para a su lado y le pregunta qué es lo que está ocurriendo.             —¡Sigue a ese coche oscuro!— Le dice con un tono que verdea la desesperación.             Inician una persecución implacable que apenas dura el recorrido de un grano que cae en el reloj de arena. Entre el ruido, los nervios imperantes y el tráfico denso el vehículo perseguido hace mutis por el

La buena educación

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              Con nosotros se cruza don Pablo, un hostelero de nuestro pueblo que dejó de serlo acuciado por su ancianidad. Elegante, sobrio, con un saber estar que rezuma a colonia de hombre de los de antes; nos da los buenos días y bajo su mascarilla se vislumbra el color dulce de una sonrisa. Los que conversábamos al calor del sol de primavera, nos hemos mirado, nos hemos preguntado si alguna vez habíamos hablado con él y nos hemos contestado con la negativa. Pero juntos hemos llegado a la conclusión de que nos ha regalado el deshoje de la margarita de la buena educación porque es lo que tenía que hacer, lo que su conciencia le ha dictado.   Ha seguido su camino y se ha metido en un café donde nos figuramos que ha sonreído y ha saludado al pasar antes de sentarse en la mesa de siempre a esperar que le sirvieran el café.  Como debe ser. Don   Pablo lleva una gorra con un ligero ladeo hacia la izquierda, una americana azul y una corbata que le acaricia las arrugas que brotan en su c

Sin Filosofía, sin Humanidades, sin asideros morales

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  Platón, Arsitóteles, San Agustín, entre otros muchos y por este orden, ya no estarán en el ordenador en el que se encuentran mis libros de textos. A lo mejor es porque ocupan mucho espacio en la memoria y no dejan que otro tipo de nombres importantes se acuesten por la noche entre el sistema binario de su disco duro. No sé, se me ocurre que son mucho más importantes Zapatero, Aznar, Rajoy o Sánchez, verbigracia, valedores del sistema planetario y perfecto que nos protege como ciudadanos de pleno derecho e izquierdo. En el instituto en el que curso mis estudios obligatorios van a relegar a la Filosofía y, por ende, al resto de HUMANIDADES (así, con mayúscula) al cajón de las cosas que nos deben importar una mierda. Porque, con sinceridad, ¿a quién cojones le importa aprender ese tipo de cosas? A nadie. Porque esas materias nos enseñan a conocer el mundo que nos rodea, la ubicación que tenemos en el mismo y el sitio del cual venimos. Ni más ni menos. Pero, claro, si me desubican,