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La agonía del acomodador

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  De un tiempo a esta parte, se está quedando afónico el sonido circular del carrete en la sala de proyección; de su ventanilla, una luz apenas viuda, entristecida y moribunda se asoma para caer al patio de butacas donde el eco del silencio se ha hecho fuerte. El uniforme azul chófer del acomodador se apolilla en el armario de la tristeza; la luz de su linterna se ha fundido, los filamentos de su bombilla se han resquebrajado por la artritis de la falta de uso. Poco a poco, las salas de cine se convierten en un escenario falto de actores, de tramoyistas y de apuntadores muertos por las balas disparadas en el argumento de la última representación.             Lejos han quedado las colas que circundaban los edificios de los cines, donde los sueños se materializaban en la sagrada forma del celuloide. En las minúsculas ventanas de las taquillas donde se despachan entradas para ver un cielo de dos horas de duración, cuelga el cartel de cerrado. En las butacas de asiento abatible, el mul

¿Desocupado lector?

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  «Desocupado lector».             ¿Hay acaso mejor inicio para un libro que con el que comienza el prólogo del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha ? No lo creo. El excelso genio e ingenio de don Miguel de Cervantes se empieza a desgranar en las primeras palabras de su maravillosa obra.             «Desocupado lector», porque el lector, en el momento que ejerce, debe de estar desocupado, sin otra cosa mejor que hacer, con los cinco sentidos y su imaginación dedicados en exclusiva a bogar por las letras que se convierten en palabras, en frases u oraciones y en sentimiento profundo de belleza. Porque un lector no es un oyente de radio que, a la vez que friega las cacerolas sucias de la última cena, camina ataviado con el chándal y las zapatillas de deporte por el parque de su barrio o dirige las luces de cruce de su coche hacia la oficina, deja deslizar por sus oídos la voz melódica del locutor de turno. Pues el lector no puede trabajar ( trae para acá ese martillo; ten cuidad