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Belleza

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  Decía Platón que la belleza era lo conveniente, lo útil, lo que sirve para lo bueno, lo que tiene grata utilidad y lo que da placer a los sentidos.             A día de hoy, ese concepto de belleza no es del todo compartido por el común de los mortales y por usted tampoco, única persona que me lee, como mortal que es. Hoy pensamos en lo bello como algo estético, como algo que agrada a la vista, sobre todo, al tacto y al resto de los sentidos de los que gozamos los humanos.             Hay personas a las que les excita estéticamente el placer de darse un baño en billetes y monedas de curso legal, de vestir ropas lujosas por el mero hecho de ser de tal o cual marca, dejando el gusto, harto dudoso, a un lado u observar tal o cual edificio dotado de la crisis de la modernidad al que califican como bello, como el sueño de sus míseras vidas. La belleza, como planteaba Platón o Sócrates, que a la sazón venían a ser lo mismo, va mucho más allá de los gustos generados por las modas o el p

Los dos libros o la leyenda de San Bartolomé

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  Cuenta la leyenda que justo antes de nuestro nacimiento, San Bartolomé, patrón de los editores,  ofrece a nuestras almas dos libros. El primero de ellos es de una lujosa encuadernación, con una portada de cuero marroquí decorada con unas exquisitas florituras de pan de oro y un papel fino y elegante. Es un libro que llama la atención por su belleza. Por otro lado, el santo ofrece a nuestras almas otro libro de encuadernación cutre, con portadas de cuero de cabra vieja, con las hojas cortadas a mordisco de burro y carente de todo grabado y belleza que hagan que nuestra atención se dirija hacia él. Este libro con aspecto de almoneda repleta de polvo atávico tiene la peculiaridad de que sus hojas están en blanco, a falta de escribir sobre ellas.   De estos dos libros, el alma debe elegir uno solo.                                                                                      Imagen de  Pezibear   Continúa el relato legendario diciendo que si se elige el libro de lujo, el más b

Problemas del primer mundo

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  A Estela ,  Mateo y  Mikel, que aunque no lo sepan, son mis héroes. Los ciudadanos de occidente, del primer mundo, vivimos enfrascados en una suerte de prisa endémica que nos tiene atareados desde que se despereza el sol por el Este hasta que le hace el relevo la luna en el turno de noche. Esa prisa, unida al resto de factores que conforman nuestro tipo de vida, nos han convertido (ante nuestros ojos, por supuesto) en el maldito ombligo del mundo, en el centro de todas (¿de todas?) las miradas, en lo más acuciante del momento. De este modo, si un ejecutivo de una multinacional pisa un chicle en el centro de Amberes, en un suburbio de Los Ángeles o en frente de la torre Eifiel, parece que el mundo se ha encogido y, por ende, se va al garete el planeta entero.                                                                                                     Foto de Ryan McGuire             Este mismo tipo de vida tan occidental nos transforma en pequeñas moléculas rodeadas de áto

¿Desocupado lector?

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  «Desocupado lector».             ¿Hay acaso mejor inicio para un libro que con el que comienza el prólogo del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha ? No lo creo. El excelso genio e ingenio de don Miguel de Cervantes se empieza a desgranar en las primeras palabras de su maravillosa obra.             «Desocupado lector», porque el lector, en el momento que ejerce, debe de estar desocupado, sin otra cosa mejor que hacer, con los cinco sentidos y su imaginación dedicados en exclusiva a bogar por las letras que se convierten en palabras, en frases u oraciones y en sentimiento profundo de belleza. Porque un lector no es un oyente de radio que, a la vez que friega las cacerolas sucias de la última cena, camina ataviado con el chándal y las zapatillas de deporte por el parque de su barrio o dirige las luces de cruce de su coche hacia la oficina, deja deslizar por sus oídos la voz melódica del locutor de turno. Pues el lector no puede trabajar ( trae para acá ese martillo; ten cuidad