Belleza

 

Decía Platón que la belleza era lo conveniente, lo útil, lo que sirve para lo bueno, lo que tiene grata utilidad y lo que da placer a los sentidos.

            A día de hoy, ese concepto de belleza no es del todo compartido por el común de los mortales y por usted tampoco, única persona que me lee, como mortal que es. Hoy pensamos en lo bello como algo estético, como algo que agrada a la vista, sobre todo, al tacto y al resto de los sentidos de los que gozamos los humanos.

            Hay personas a las que les excita estéticamente el placer de darse un baño en billetes y monedas de curso legal, de vestir ropas lujosas por el mero hecho de ser de tal o cual marca, dejando el gusto, harto dudoso, a un lado u observar tal o cual edificio dotado de la crisis de la modernidad al que califican como bello, como el sueño de sus míseras vidas. La belleza, como planteaba Platón o Sócrates, que a la sazón venían a ser lo mismo, va mucho más allá de los gustos generados por las modas o el prosaico consumo. La belleza se acerca más a un proceso cognitivo capaz de generar una admiración y una fascinación en cualquiera de sus formas. Lo uno no excluye a lo otro. Lo uno es el placer estético de las formas, de las simetrías o de las proporciones adecuadas de una persona, de una obra de arte o de un paisaje y lo otro es eso que lo sobrepasa y no es otra cosa que la sabiduría.

            Dos mil años de diferencia marcan sobremanera la evolución del concepto de lo que es o no bello. Para los griegos lo útil era bello. Para nosotros es útil cuando tenemos que clavar un clavo un martillo, por ejemplo, pero no es lo que se dice una buena definición de belleza, salvo que Pink Floyd lo utilice en un videoclip, claro. Sin embargo, lo meramente estético se quedaría cojo en esa representación de lo que se habla en este artículo. Pues a pesar de que a día de hoy es lo que triunfa, deberíamos comprometernos un poco más con ese concepto e intentar ampliar el mismo en nuestra cabeza.

            Sólo hay que observar un poco el contorno que nos rodea y darnos cuenta de que el concepto de belleza está en peligro de extinción inmediato, como el urogallo, el raciocinio o el pensamiento crítico. A tal punto hemos llegado que diferenciamos cuándo una persona es bella y cuándo atractiva. Una persona guapa es guapa, pero una persona con encanto, carisma o inteligencia añadida deja de ser bella para convertirse en atractiva. Y eso es extrapolable al arte, a la moda o la estética en general.

            No nos vendría mal pararnos ante la belleza que nos circunda a reflexionar en lugar de fotografiarla, colgarla en las redes y huir despavoridos hacia el siguiente objetivo que las modas, los impulsos sociales y el resto de las personas que nos rodean nos han marcado como esas mil cosas lindas que ver antes de morir. Nos dedicamos a hacernos la típica foto sujetando la torre de pisa en una postura de Tai Chi, rodeados de cientos de personas con la misma actitud y posición corporal y nos olvidamos de centrarnos en lo que transmite el monumento, su legado y el placer sensorial que nos subyuga, o al menos nos debería subyugar. Es como el trofeo de un rey aficionado a la caza, que se embalsama en forma de pixeles y se cuelga en el salón del palacio, de la casa de campo o del pisito minúsculo en el centro de la gran ciudad.

                                                                                 Imagen de Camera-Man

            ¿Interiorizamos la belleza o sólo coleccionamos esos instantes que la sociedad nos obliga a coleccionar?

            Y no sólo ocurre con la belleza que el arte es capaz de transmitir, no, también nos pasa con la belleza de las personas, que la intentamos usar y luego, una vez conseguido nuestro objetivo, arrojarlas al cubo de la basura, al amarillo, el de los envases vacíos. Puede que esta característica de la sociedad kleenex sea la que hemos interiorizado en lugar de la belleza que nos rodea, que, como bien pensaban los griegos clásicos, se debe de acercar al bien, porque todo lo bello es bueno.  Y si huimos de lo bello y de lo bueno, tenemos el privilegio de transmitir a quien nos va a heredar un sentido del feísmo que se aleja de las cosas que son buenas para acercarse a las malas. Y yo, a mis descendientes no tengo la intención de dejarles en triste herencia algo que no sea bueno, y por lo tanto bello, para ellos.

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