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Libros y derribos

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Si existen personas con problemas como el tabaquismo, el alcoholismo o el nefasto esnobismo,  yo, por otro lado, padezco la enfermedad del «biblioismo». Esta dolencia, convertida en estos tiempos en una enfermedad rara, pues cada vez la padecemos menos bípedos, consiste en la ansiedad por conseguir libros y suele tener como síntoma principal una espléndida biblioteca de baldas combadas por el peso de la tinta, el papel y las palabras impresas. También se caracteriza por acaparar libros que, aun anotados en la lista de pendientes de lectura, nunca serán leídos, ni siquiera viviendo dos o tres vidas.               Muchas de las bibliotecas de los enfermos de «biblioismo», una vez el afectado se haya mudado al corral donde sueñan los justos, es más que probable que acaben en librerías de viejo, en serio y extremo peligro de extinción, o en una pirámide a merced de las llamas (¡por Dios, con lo que eso contamina!). En mis viajes oníricos más húmedos sueño con que mis libros los seleccion

¿Desocupado lector?

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  «Desocupado lector».             ¿Hay acaso mejor inicio para un libro que con el que comienza el prólogo del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha ? No lo creo. El excelso genio e ingenio de don Miguel de Cervantes se empieza a desgranar en las primeras palabras de su maravillosa obra.             «Desocupado lector», porque el lector, en el momento que ejerce, debe de estar desocupado, sin otra cosa mejor que hacer, con los cinco sentidos y su imaginación dedicados en exclusiva a bogar por las letras que se convierten en palabras, en frases u oraciones y en sentimiento profundo de belleza. Porque un lector no es un oyente de radio que, a la vez que friega las cacerolas sucias de la última cena, camina ataviado con el chándal y las zapatillas de deporte por el parque de su barrio o dirige las luces de cruce de su coche hacia la oficina, deja deslizar por sus oídos la voz melódica del locutor de turno. Pues el lector no puede trabajar ( trae para acá ese martillo; ten cuidad

Sin Filosofía, sin Humanidades, sin asideros morales

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  Platón, Arsitóteles, San Agustín, entre otros muchos y por este orden, ya no estarán en el ordenador en el que se encuentran mis libros de textos. A lo mejor es porque ocupan mucho espacio en la memoria y no dejan que otro tipo de nombres importantes se acuesten por la noche entre el sistema binario de su disco duro. No sé, se me ocurre que son mucho más importantes Zapatero, Aznar, Rajoy o Sánchez, verbigracia, valedores del sistema planetario y perfecto que nos protege como ciudadanos de pleno derecho e izquierdo. En el instituto en el que curso mis estudios obligatorios van a relegar a la Filosofía y, por ende, al resto de HUMANIDADES (así, con mayúscula) al cajón de las cosas que nos deben importar una mierda. Porque, con sinceridad, ¿a quién cojones le importa aprender ese tipo de cosas? A nadie. Porque esas materias nos enseñan a conocer el mundo que nos rodea, la ubicación que tenemos en el mismo y el sitio del cual venimos. Ni más ni menos. Pero, claro, si me desubican,

Mis terrores favoritos

  Hace un poco más de una década que fui padre. Desde entonces me he ido dando cuenta, poco a poco y como el que no quiere la cosa, que cada vez tengo más miedos. Gracias a Dios, todos ellos son miedos difusos, abstractos o del todo irreales y casi todos están relacionados de una u otra manera con la salud, la integridad o la seguridad de mi heredero. Me descubro con pavor revisando las ventanas del cuarto piso donde vivimos, no vaya a ser que se pueda precipitar desde ahí mi hijo; aseguro a conciencia todos y cada uno de los elementos de seguridad, pasivos y activos, de cualquier vehículo, a motor o sin él, en el que pueda ir montado mi pequeño; anhelo el momento en el que la llave que le hice el otro día haga girar el bombín de la puerta de casa y ver que llega sano y a salvo de cualquier circunstancia adversa que le haya podido surgir en los cinco minutos que nos separan del colegio religioso donde realiza su último curso de primaria.      Me acojona sobremanera su incierto fu