¿Desocupado lector?

 

«Desocupado lector».

            ¿Hay acaso mejor inicio para un libro que con el que comienza el prólogo del Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha? No lo creo. El excelso genio e ingenio de don Miguel de Cervantes se empieza a desgranar en las primeras palabras de su maravillosa obra.

            «Desocupado lector», porque el lector, en el momento que ejerce, debe de estar desocupado, sin otra cosa mejor que hacer, con los cinco sentidos y su imaginación dedicados en exclusiva a bogar por las letras que se convierten en palabras, en frases u oraciones y en sentimiento profundo de belleza. Porque un lector no es un oyente de radio que, a la vez que friega las cacerolas sucias de la última cena, camina ataviado con el chándal y las zapatillas de deporte por el parque de su barrio o dirige las luces de cruce de su coche hacia la oficina, deja deslizar por sus oídos la voz melódica del locutor de turno. Pues el lector no puede trabajar (trae para acá ese martillo; ten cuidado con las púas; agárrate a la brocha que muevo la escalera, etc.) mientras disfruta, saborea u olfatea el contenido que se halla en el interior de las manchas de tinta de las hojas del libro. Porque mientras se lee no puede hablar con la vecina sobre el problema del cambio climático, la renovación del Consejo General del Poder Judicial o el carisma que derrocha tal o cual político, pues esos motivos de distracción le alejan sobremanera de ser ese «desocupado lector», sumergido en miles de mundos diferentes, hablando de tú a cientos de personajes que se le tornan en carne y hueso o mientras recorre estepas, montañas y mares jamás hollados por los pies, el corazón o las pupilas de cualquier ser humano.


            Pero, con los tiempos que corren, ese «desocupado lector» al que aludía don Miguel en su inmortal obra, ha dejado de existir. Su esquela se ha imprimido en todas las rotativas y ha empapelado media ciudad ¡qué digo media ciudad, el mundo entero! La misa por el descanso eterno de su alma se celebrará en la catedral primada el jueves que viene a la hora de todos los oficios. Porque ya nadie lee empleando todos los sentidos con los que Dios nos ha dotado. Ya nadie lee sin evitar o, al menos tratar de evitar,  las distracciones superfluas. Una gran generalidad de seres bípedos implumes pasa sus ojos sobre las palabras contenidas en los libros mientras aguanta el peso de su teléfono móvil, de su tableta de diez pulgadas o el de un ordenador portátil, quienes tienen la misión, cada dos minutos, más o menos, de atraer la atención del «desocupado lector», el cual en ese mismo instante pasa a estar ocupado y, por supuesto, deja de ser lector.  

            Una vez que las pantallas, las redes sociales o el socorrido buscador se interponen entre nosotros y la lectura, la concentración hace las maletas y se marcha en vuelo regular hacia las antípodas. En el mismo momento en el que nuestros dedos fugaces hacen iluminar las pantallas, el libro se oscurece, se apaga, se desvanece el interés que por él teníamos segundos antes y nuestra mente empieza la navegación mediante el piloto automático de nuestra abulia. Con el superpoder extraterrestre de la abducción, estos instrumentos absorben nuestra mente  en un magma de contenido, comentarios absurdos y gilipolleces varias que nos arrastran hacia una red de la que es imposible desasirnos.

            En ese momento es cuando el ser humano, que ya no está desocupado y tampoco es ya lector, desaparece de nosotros mismos, de ese laboratorio interno que abandonamos para esnifar información ultraprocesada, manipulada y hasta deglutida con el objeto de evitarnos el coñazo supino del esfuerzo de tener que pensar por cuenta propia. Al pensar por cuenta ajena, nuestras acciones y nuestro propio cuerpo, incluso, va a actuar por dicha cuenta, lo que hace que crezca la mala yerba a los pies del camino de conocernos a nosotros mismos y abandonar por derribo la trocha que nos conduce con paciencia hacia el bien, la belleza y la verdad.

 

Comentarios

  1. Pues yo soy lector de los desocupados, de los que desconectan todo y de todo, de los que le encanta esa desconexión en la que al final te das cuenta del valor que tiene un rato de tocarse los bemoles con una mano y con la otra sujetar un libro.

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    1. Es la mejor manera de que la letra entre y no con sangre, como se decía. Bien lo sabemos nosotros que hemos compartido más de un libro, más de un entrenamiento y más de un examen. También muchos momentos de risas.

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