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Mostrando entradas de marzo, 2022

Las dificultades de ser golondrina

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Esta primavera de calimas y vientos del sur les ha dificultado sobremanera el crudo asunto de cruzar el estrecho: las ruedas de sus maletas trolley se quedaban atascadas con el polvo sahariano. Pero las golondrinas, tercas como mulas, han logrado avanzar a su destino guiadas, sin duda, por el afán del pisito que les esperaba en el centro de la península.           Pero no sólo el polvo en suspensión proveniente del norte de África ha sido el obstáculo para la realización de una vida plena, pues una vez en el destino las cosas no han ido a mejor. Ni mucho menos. Una vez aquí, han tenido que negociar con el banco el tema de la hipoteca del nido, que si el Euribor por aquí, que si la clausula suelo por allá, que si la devaluación de la rupia por acullá … Vamos, que la cosa anda harto complicada y el banco solo les da el ochenta por ciento y el resto del aporte lo tienen que poner ellas.        Ojalá que todo terminara ahí, pero las cosas se siguen complicando a cada paso o batido de a

Más me hubiera valido irme yo

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  La última vez que pudo coger su mano notó que estaba fría. Su vida se extinguía poco a poco, con la prisa del que no quiere dejarla arrumbada en el fondo del armario. Sabía que su tiempo se había agotado y que su esposa iba a expirar en breve. Con ella se marcharían un buen puñado de sueños cumplidos, un millón de ilusiones y un matrimonio feliz desde el primer hasta el último día. No eran pocas cosas las que se iban ni tampoco era poco lo que se quedaba: dos hijas que le habían dado cuatro nietos y muchas sonrisas de satisfacción. Él se quedaba desahuciado, en peligro de derrumbe y con una salud delicada a la que vigilar con constancia inusitada.           «Más me hubiera valido haberme ido yo», musitó al cuello de su camisa de rayas en el momento en el que la primera palada de tierra caía sobre la madera del ataúd donde se marchaba su amada. «Más me hubiera valido haberme ido yo», repitió con la intención de que las palabras resonaran en su pecho y su alma, a veces tan descuidada,

Infancia robada

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  La infancia es, o debería ser, el periodo más feliz de la vida de cualquier peatón, ciclista o conductor que se precie. También lo debe ser para quien no se ajusta a ninguna de las condiciones expuestas. Vamos, y dejémonos de rodeos sin sentido, de la vida de toda persona. En nuestra infancia se desarrolla todo lo que después estamos destinados a ser: se desarrollan los sentimientos; se desarrollan los conocimientos; se desarrolla el tú y el yo, el nosotros y vosotros, el tuyo y el mío, el nuestro y el vuestro. Pero la infancia es la etapa que siempre vamos a recordar a lo largo de este valle de lágrimas, a la que siempre vamos a querer volver: bien sea porque en ese maravilloso tiempo no teníamos las obligaciones o responsabilidades que ahora tenemos, bien porque el juego lo acaparaba todo y nos hacía sentirnos a gusto o bien porque nos sentíamos arropados por el cariño de nuestros padres y hermanos. No me quiero imaginar ni por un solo momento la vida que habrán podido lleva

Elogio al serano

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  Como siempre, de manera instintiva, con mis dedos sarmentosos aprieto con fuerza el maldito botón rojo del mando de la tele. Sí, el mismo que hace cambiar de color la lucecita que debajo de la pantalla e indica si está encendida, verde, o apagada, bermejo. La imagen se catapulta con sus luces sobre la salita de estar y el ruido de voces de personas con las que ni siquiera me crucé inundan la estancia, todo ello como si de repente hubiera subido la marea y se hubiera anegado todo bajo el agua y la sal. Las personas que hablan en los platós y se meten en la intimidad descarnada de mi casa no hacen tal cosa, hablar, me refiero; sino gritar, discutir, incluso insultar. Pero a mi mirada, absorta ella, le es imposible desviarse ni lo más mínimo del camino que la luminosidad del televisor marca a fuego en mi alma.                 Me encuentro atrapado del todo, como un león en su minúscula y sucia celda del zoo. Me intereso, de repente, por asuntos que me resultan de una estupidez sup

Efímero

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  De un tiempo (largo) a esta parte, se ha reconocido en nuestra sociedad un término como es el de obsolecencia programa, mediante el cual los objetos que se fabrican tienen una fecha de caducidad. En unos casos suelen ser un número limitado de pulsaciones de un botón, en otros un número concreto de encendidos y en otros un número determinado de horas de funcionamiento. Esto es, que a cierta cantidad de veces que se utiliza el objeto, debidamente manipulado en su proceso de fabricación, deja de funcionar y, por lo tanto, de ser útil.             Esto provoca que en nuestro cerebro se origine una constancia de la futilidad de las cosas, es decir, que nos hacemos a la idea de que las cosas materiales que utilizamos, consumimos o «nos hacen la vida más fácil» tienen una caducidad. Y esto lo trasladamos a muchos otros aspectos de la vida (sí, esa que se nos hace tan fácil) que convertimos en asuntos fugaces, con desuso anunciado o con obselecencia. Porque, aunque no lo queramos ver, pas