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Mostrando entradas de febrero, 2022

Pandemias, inconstitucionalidades y responsabilidad

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  La primera vez que tuve que hacerme una PCR, me la realicé en un laboratorio de la calle Ayala, en pleno barrio de Salamanca de la capital y cuando el país se encontraba por entero confinado. Mientras circulaba a bordo de mi coche en dirección a la gran urbe, el paisaje de la carretera era harto desolador: sólo camiones (pocos) por una autovía acostumbrada a un trasiego constante de todo tipo de vehículos, de todo tipo de cargas y de todo tipo de atascos. Cuando me adentré en Madrid el panorama fue aún más aterrador: calles vacías, casi tenebrosas a plena luz del día, vehículos de emergencia y aceras en huelga de peatones. La soledad pesaba como una losa de mármol sobre una ciudad que antaño populosa se desangraba en el fantasma de lo que en algún momento fue. El barrio de Salamanca se acurrucaba en un sueño eterno, en un sueño sin gente, en un sueño que más parecía pesadilla de agitado despertar. El silencio se extendía como un herpes por entre los bolardos, las vallas metálicas de

La banca gana

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  La semana pasada alguien conocido me dijo que habían cerrado la sucursal del Banco Hispano—Americano más famosa del mundo. Una sucursal a la que un tal Sabina, en su juventud más provecta,  apedreó con saña al descubrir que se hallaba ubicada en el mismo sitio en que una vez hubo un bar donde le dibujaron un corazón en la espalda. El tal Sabina, de nombre Joaquín, acabó detenido por la policía municipal; hoy su caso no sólo está sobreseído, sino que, como los yogures, está caducado o, mejor dicho, prescrito. Al día presente, si el hijo del comisario, pudiera hacer uso del condensador de fluzo y le permitiera regresar a esos treinta o cuarenta años que nos separan de aquel idilio con manos correspondiendo bajo la falda de una camarera y con un fondo de color mariachi, por supuesto que iría a ese momento después del concierto, pero una vez de vuelta al sórdido presente no podría lanzar piedras a ningún banco, pues sólo encontraría un local vacío y decorado con un enorme cartel de «SE V

Tiempos duros

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  A visan sin vergüenza alguna desde los púlpitos los sacerdotes de la nueva religión: «Se avecinan tiempos duros». Mejor que ellos no los sabe nadie, pues ellos son los que azuzan, los que empujan y los que pinchan con palos a los que se ha sacado punta en las nalgas de esos acólitos siempre fieles, que nunca se han cuestionado nada. Acólitos que siguen a pies juntillas las consignas que sus sacerdotes les indican, que obedecen como soldado a su sargento y que arriesgan lo que sus jefes no están para nada dispuestos a arriesgar. Desde las tribunas de escaños de color rojo y hasta desde los de color azul proyectan su veneno, como esas serpientes que arrojan la ponzoña a sus presas desde la seguridad que da la distancia. Y aunque parece un trabajo arduo de lanzamiento con onda de piedras sobre su propio tejado, nada más lejos de la realidad, pues los adoquines que dejan al descubierto la arena de la playa se tiran con una calculada puntería. Son proyectiles disparados con un ú

GOLPES

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  A Chus. Cuando la muerte viene y se presenta en la figura de alguien querido, de un amigo o de un hermano, y te golpea de manera inopinada un derechazo en la mandíbula que la deja dolorida y tiritando, la tribulación se hace fuerte en nuestro cuerpo, abre una grieta profunda de angustia en   la parte más profunda del alma, una grieta que supura en forma de lágrimas con un fuerte sabor a sal. Dicen que el tiempo lo cura todo y que después del invierno se acerca con prisa la primavera, que barre los últimos restos de hielo y las últimas hojas secas de las aceras. Eso es cierto, pero los labios de la brecha nunca, por mucho que queramos, van a acercarse para cerrar un duelo que nos atenaza. Pero esto no ocurre por algo, y ese algo es porque Dios no cree necesario que la herida se cierre en falso y el olvido de las personas que se han marchado a su seno nos hagan vivir una vida   incompleta, falta de esencia, escasa de valor.             El tiempo lo que hace es que el recuerdo deje