La banca gana

 

La semana pasada alguien conocido me dijo que habían cerrado la sucursal del Banco Hispano—Americano más famosa del mundo. Una sucursal a la que un tal Sabina, en su juventud más provecta,  apedreó con saña al descubrir que se hallaba ubicada en el mismo sitio en que una vez hubo un bar donde le dibujaron un corazón en la espalda. El tal Sabina, de nombre Joaquín, acabó detenido por la policía municipal; hoy su caso no sólo está sobreseído, sino que, como los yogures, está caducado o, mejor dicho, prescrito. Al día presente, si el hijo del comisario, pudiera hacer uso del condensador de fluzo y le permitiera regresar a esos treinta o cuarenta años que nos separan de aquel idilio con manos correspondiendo bajo la falda de una camarera y con un fondo de color mariachi, por supuesto que iría a ese momento después del concierto, pero una vez de vuelta al sórdido presente no podría lanzar piedras a ningún banco, pues sólo encontraría un local vacío y decorado con un enorme cartel de «SE VENDE».

            A muchos que comparten edad, generación y sueños derruidos como estrellas inalcanzables con ese tal Joaquín, de apellido Martínez, les entran hoy unas ganas terribles de ser los protagonistas de aquella inmortal canción, y no lo digo por el romance procaz con la camarera, ni por el fondo color mariachi, que también, sino por apedrear la sucursal del banco, de cualquier banco, de todos los bancos. Las grandes empresas de la usura han expuesto mil y una razones peregrinas para ir cerrando sucursales a lo largo y ancho de la piel de toro, han reducido a polvo machacado los miles de puestos de trabajo con los que atendían al público y, como no puede ser de otra manera, han exaltado hasta la saciedad el uso de las nuevas tecnologías por parte de los clientes.  Los usuarios jóvenes o avezados en el uso de las TICS tan contentos que andan con sus app’s, sus comodidades dentro de un teléfono móvil y sus bizum a deshoras, sin percatarse del daño que con ello hacen a las personas que no pueden o no saben usarlas y a los trabajadores que, antaño, atendían a esas personas, y, por supuesto, al resto. Hoy los bancos y las cajas de ahorro (¡manda huevos!), han prescindido de todo y de todos. Bueno, en honor a la verdad, de todo no, pues no han prescindido de agachar la cabeza ante el poderoso caballero Don Dinero.

            De este modo tan ruin, y haciendo honor a la frase tan utilizada en las películas antiguas que tanto aprecio, la banca gana. Gana, gana y gana. Nunca pierde. Los que pierden, como siempre, son los débiles: los clientes y los trabajadores, ya en peligro inminente de extinción, de los que se ahorran sus sueldos. Mientras esto ocurre, el poderoso caballero se acumula y pasa de mano en mano; pero, ¡qué curioso!, siempre son las mismas palmas, los mismos dedos, las mismas zarpas carentes de callos que amasan billetes de quinientos euros; entretanto, en la calle el anciano de turno apenas sabe defenderse y tiene que andar reptando para sacar dinero para el pan, para las lentejas o para las hebras de tabaco que le amarillean los dedos y el bigote. Y si pide socorro al ojeroso cajero, si lo hubiere, le cobra dos euros por su ayuda.

     —¡Pidan ayuda!—gritan los magnates de traje hecho a medida— ¡Pidan ayuda! Que cuanta más ayuda pidan, más tintinearán nuestros bolsillos forrados con papel moneda.

                                                                La banca gana

            Y, al mismo tiempo, en las Cortes el silencio es espeso y se puede rebanar, no vaya a ser que se hable y peligre el futuro de sus Señorías cuando la política los arroje al albañal de las juntas directivas de los bancos y las cajas de ahorros (¡manda huevos!)

            Señoras, señores y Señorías, la banca, como siempre, gana.

Las personas pierden.

Comentarios

  1. La tecnología avanza y nos va dejando a todos obsoletos tarde o temprano. Lo triste es que esos avances afecten a lo más básico y necesario de la vida de las personas. Las necesidades básicas deben estar protegidas por ley y obligar a las grandes empresas a respetar a las personas y hacer accesibles todos los servicios básicos. La banca gana, claro está. Siempre. Que gane, pero no a costa de anular las necesidades básicas de sus clientes. Bueno, clientes por decir algo, porque nos tratan como basura. O eres millonario o eres escoria y eso es lo que hay que regular.

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