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Mostrando entradas de diciembre, 2022

Modo ECO

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  El modo ECO y la preocupación por la conservación de la Naturaleza se han metido en nuestras vidas como un rayo cargado de electricidad que atraviesa nuestros cuerpos para quedarse alojado en el alma. Todo es eco, todo es sostenible, todo es respetuoso con el medio ambiente. Y eso está bien. Siempre que así fuera.             Estos postulados ecológicos y de respeto hacia la Naturaleza suele provenir de sectores sociales que viven desde hace siglos alejados de la Tierra, del Aire, del Mar. Muchos postulados, como decíamos, son movimientos de empresas que se dedican a navegar con un rumbo prefijado por los mares de la economía global y se sirven de esta moda Eco para ampliar el capital de los bolsillos de sus trajes a medida y para el mantenimiento de sus yates privados o sus aviones igualmente privativos.             Y si una materia prima, ayer harto contaminante, les abre los ojos a un nuevo y, como no puede ser de otra manera, lucrativo negocio, se mueve Roma con Santiago pa

BANDAS... Y NO DE ROCK AND ROLL

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Cuando oscurece en los parques y la noche cae sobre las canchas de baloncesto, las pandillas florecen como manzanilla en primavera y se hacen sus dueños y señores. Tan dueños y señores que impiden a otros niños del barrio que jueguen en ellas. Salvo que estos sean de los suyos.                                                                                                                                      Imagen de Berkan  küçükgül         Este sentido de pertenencia, de grupo o directamente de identidad se viene fraguando desde hace más de cuarenta años en las calles de las grandes urbes norteamericanas, en especial en Los Ángeles, donde se empezaron a cambiar los pañales sucios de las bandas. Allí, los jóvenes inmigrantes e hijos de inmigrantes centroamericanos luchaban en su fuero interno por averiguar quién eran. Sus padres o ellos mismos eran extranjeros, ciudadanos de segunda, tercera o de categoría regional en busca del sueño americano. Percibían que no eran bienvenidos o t

Esclavitudes III. Hurtadores de tiempo

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Amanece uno al toque de corneta del teléfono móvil y con el vibrador amenazando con cerrar por derribo la mesilla de noche. Encendemos la pantalla para que el maldito chirrido ceje en la tarea de perforar nuestros tímpanos y los de la persona que intenta continuar con la labor de dormir a nuestro lado.             De ahí en adelante, la pantalla de nuestro dispositivo se iluminará una y mil veces a lo largo y ancho del día que tenemos por delante. Ora se encenderá por una notificación de mensajería instantánea, ora por una nimiedad que rauda ha llegado a las mientes de tu jefe, ora porque una alarma te hace recordar que tienes que ir a recoger a tu hijo cuando sale de las clases de kárate (¿o era golf?).   El caso es que nos entregamos, o más bien nos lanzamos, a estar   constantemente pendientes del maldito cacharrito.             Hasta ahí, todo normal. Todo el mundo lo hace. Y además lo hace sin parar, sin tregua, sin descanso alguno, como una maniobra automatizada en nuestro