Modo ECO
El modo ECO y la preocupación por la conservación de la
Naturaleza se han metido en nuestras vidas como un rayo cargado de electricidad
que atraviesa nuestros cuerpos para quedarse alojado en el alma. Todo es eco,
todo es sostenible, todo es respetuoso con el medio ambiente. Y eso está bien.
Siempre que así fuera.
Estos
postulados ecológicos y de respeto hacia la Naturaleza suele provenir de
sectores sociales que viven desde hace siglos alejados de la Tierra, del Aire,
del Mar. Muchos postulados, como decíamos, son movimientos de empresas que se
dedican a navegar con un rumbo prefijado por los mares de la economía global y
se sirven de esta moda Eco para ampliar el capital de los
bolsillos de sus trajes a medida y para el mantenimiento de sus yates privados
o sus aviones igualmente privativos.
Y si una
materia prima, ayer harto contaminante, les abre los ojos a un nuevo y, como no
puede ser de otra manera, lucrativo negocio, se mueve Roma con Santiago para
que los certificados ecofriendly de
tal producto sean más verdes que una pareja de la Guardia Civil. Del SEPRONA, en
este caso. Todo fluctuará según el cristal eco—nómico
con el que se mire. Así, los poderes políticos elegidos democráticamente,
expertos en el uso correcto de las denominadas puertas giratorias, no dudarán ni un solo instante en firmar el
documento que sobre su mesa de caoba pongan las empresas que, gracias a la
agilidad y amplitud de giro de las puertas, les contratará como ejecutivos una
vez su vida útil (¿?) de político haya llegado a su ocaso.
Entretanto, el ciudadano de a pie, bombardeado una y otra vez por la publicidad, creerá a pies juntillas toda la bazofia medioambiental que le cae sobre su cabeza. Todo ello unido a la vida frenética y sin pausa, quien se encargará de que no se tenga un solo gemido de segundo para pensar si todo lo que nos dicen es cierto o solo está avalado por perfectas operaciones de marketing para redundar en beneficios empresariales.
El ciudadano cada vez está más alejado de una Naturaleza necesaria para el desarrollo de
la vida tanto humana, como animal y vegetal. Cierto es que su compromiso con la
preservación de esta imprescindible Naturaleza es mucho mayor, necesario y
digno de alabanza, pero los engranajes para llevarlo a cabo o no están bien
engrasados o directamente no existen. El ser humano de este siglo, y del
anterior, fue cortando el cordón umbilical del hombre con la Tierra. Cada vez
somos más urbanitas, menos rurales y más alejados de la fuente primigenia de la
vida. Y este urbanita irredento trata de defender y proteger algo que le pilla
lejos, que le es ajeno y desconocido, pues el barro ensucia los bajos de los
pantalones de los trajes y la suela de los zapatos con filis recién cambiados.
Algunos se acercan a la Naturaleza de un modo deportivo, contemplativo o recreativo,
en todos sus grados, pero el cordón que nos alimentaba ya está definitivamente
perdido y esa comunión entre el hombre y el medio ha pasado a un segundo plano.
Las tribus
indígenas de los diferentes países también han perdido esa conexión por un
puñado de dólares provenientes del turismo, los hombres rurales de occidente cultivan
la tierra desde una oficina en el centro de una gran urbe y con valores en Bolsa,
el legislador legisla sobre los intereses naturales desde un despacho donde
solo se puede pisar la moqueta de los grandes bochornos. El hombre rural
de hoy en día apenas puede saber la climatología de su zona si no utiliza una
app adecuada; el hombre rural de hoy en día hace teletrabajo al calor del hogar
de su casa; el hombre rural de hoy en día es tan urbanita como los que todos
los días dedican unos minutos al Tai Chi en el parque del Retiro, que le pilla
al lado de casa.
El hombre desde
la revolución del Neolítico ha modificado la Naturaleza para su beneficio y para
poder desarrollar lo que miles de años después tenemos y podemos disfrutar.
Pero esa modificación realizada por gente unida por el cordón umbilical de la
vida al medio, se realizaba con cabeza, con la sabiduría ancestral de las
personas que conocían a la perfección lo que les rodeaba. Nadie en su sano
juicio mataba para comer, verbigracia, a una coneja preñada, pues solo por el simple hecho
de amputar esa generación aún por nacer podía tener problemas de abastecimiento
de tal alimento para los meses venideros. Pero para ello el cazador—recolector
sabía con destreza cual era la coneja que estaba en cinta y cual no. Hoy esa
sabiduría ancestral se ha cercenado sin
remisión.
Cuánta razón
tenía el añorado Doctor Félix Rodríguez de la Fuente cuando decía: «Hoy apenas si se escucha el canto del
lobo». No solo lo decía porque quedan pocos ejemplares de este carnívoro
tan bello como necesario para el desarrollo de la vida en la Naturaleza. También
lo decía porque pocos eran ya los humanos que podían escuchar al lado de su
casa y en comunión con la Naturaleza los aullidos de estos animales en libertad.
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