Techos hundidos

En el campo, el trino de los pájaros es un canto salvaje, ancestral, montaraz. Los arroyos dejan caer el agua por entre sus cantos rodados y el frescor de las orillas verdes se desparrama sin consuelo por las aceras desvanecidas de los pueblos. Las ovejas del rebaño se han jubilado y ya no les place salir a pastar. Los gritos de los niños en el recreo de la escuela no son otra cosa que un recuerdo añejo. Un recuerdo con olor a naftalina y a cerrado. El ruido mecánico de las cadenas de las bicicletas infantiles se ha sustituido por el crujido inclemente de los huesos de las caderas, por el de los muelles oxidados grabados en los colchones de lana, por el de los viejos rodamientos de los andadores recetados por la Seguridad Social. La infancia es un juguete roto, una mirada olvidada, un trauma sin resolver. Y sin tratar. Las calles ya no huelen a polvo de talco ni a sonrisa de bebé ni a pantalones cortos. ...