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Libros y derribos

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Si existen personas con problemas como el tabaquismo, el alcoholismo o el nefasto esnobismo,  yo, por otro lado, padezco la enfermedad del «biblioismo». Esta dolencia, convertida en estos tiempos en una enfermedad rara, pues cada vez la padecemos menos bípedos, consiste en la ansiedad por conseguir libros y suele tener como síntoma principal una espléndida biblioteca de baldas combadas por el peso de la tinta, el papel y las palabras impresas. También se caracteriza por acaparar libros que, aun anotados en la lista de pendientes de lectura, nunca serán leídos, ni siquiera viviendo dos o tres vidas.               Muchas de las bibliotecas de los enfermos de «biblioismo», una vez el afectado se haya mudado al corral donde sueñan los justos, es más que probable que acaben en librerías de viejo, en serio y extremo peligro de extinción, o en una pirámide a merced de las llamas (¡por Dios, con lo que eso contamina!). En mis viajes oníricos más húmedos sueño con que mis libros los seleccion

Prensa

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  Entre todas las manías de hombre cuya vida se ha desarrollado, se está desarrollando, a lomos de mula coja de dos siglos desiguales, tengo la de comprar el periódico en papel. Lo suelo leer los fines de semana, pues entre diario, como dicen los cursis posmodernos, no me da la vida . Pero lo cierto es que la vida da para mucho, sólo es cuestión de gestionar con debida astucia el tiempo, aunque eso es harina de otro costal y, por ello, será tratado en otro momento más propicio.             Como decía, compro el periódico los fines de semana y cada vez encuentro más y más trabas para hacerlo. Los quioscos de toda la vida son esqueletos de hierro famélico y retorcido, sin más vida que la del musgo y los hongos alucinógenos del abandono. Apenas queda alguno en aquellas esquinas donde los chavales nos arremolinábamos para comprar cromos (le te… no le te… está repe…) y golosinas con la paga de los domingos y compartíamos espacio, a veces conversaciones, con los adultos que adquirían el pe