Prensa

 

Entre todas las manías de hombre cuya vida se ha desarrollado, se está desarrollando, a lomos de mula coja de dos siglos desiguales, tengo la de comprar el periódico en papel. Lo suelo leer los fines de semana, pues entre diario, como dicen los cursis posmodernos, no me da la vida. Pero lo cierto es que la vida da para mucho, sólo es cuestión de gestionar con debida astucia el tiempo, aunque eso es harina de otro costal y, por ello, será tratado en otro momento más propicio.

            Como decía, compro el periódico los fines de semana y cada vez encuentro más y más trabas para hacerlo. Los quioscos de toda la vida son esqueletos de hierro famélico y retorcido, sin más vida que la del musgo y los hongos alucinógenos del abandono. Apenas queda alguno en aquellas esquinas donde los chavales nos arremolinábamos para comprar cromos (le te… no le te… está repe…) y golosinas con la paga de los domingos y compartíamos espacio, a veces conversaciones, con los adultos que adquirían el periódico deportivo, el semanario  o el diario de información general.

            Hoy todo esto no son más que bonitos recuerdos de tiempos pretéritos. A estas alturas del siglo XXI, para conseguir la prensa uno tiene que hacer los diez mil pasos que tu reloj inteligente indica como los necesarios para tener una vida activa y llegar a un estanco de esos que no celebran el día del Señor con el preceptivo descanso dominical, a un colmado de propietarios rozando el límite de la edad legal para alcanzar la merecida jubilación o incluso a una frutería de esas con más de diez trienios en la ciudad que hacen las labores de aldeas irreductibles para el comprador de periódicos (especie, por otro lado, en grave peligro de extinción).

            Pero una vez pasada la prueba celestial de conseguir el olor a tinta impresa en papel de grisácea calidad, el lector de periódicos se percata de que, al igual que les ha sucedido a los quioscos, hoy esqueletos retorcidos, el periódico sufre una suerte de bulimia de contenidos que le hace tener un tipo estupendo de cara al verano. Uno, especie en extinción, que busca una información de calidad, profunda y con la capacidad de ubicar la suela de goma de sus zapatos en el mundo, se da cuenta que esto ya no va a ser así. La política y su olor a heces calientes se extiende a lo largo de todo el papel, como si de un programa de color rosa se tratara. Las noticias deportivas se expanden como chapapote por el mar, aumentando la información sobre fútbol de manera exponencial a la reducción de noticias del resto de deportes en los que existen campeones del mundo de nuestra nacionalidad, verbigracia. Y, lo peor de todo, las hojas de tamaño mantel se llenan de asuntos anodinos, superficiales, irrisorios, dignos de lectores de escasa dignidad.


            Pero un servidor compra la prensa por los artículos de opinión. Por esas grandes plumas,  que, como los quioscos y la cantidad de páginas del periódico, cada vez son más esmirriadas, capaces de mostrar su pensamiento, siempre que les dejen, que no a todo el mundo le dejan explorar, y difundir sus ideas propias, pues las que les vienen dictadas desde el poder nunca van a causar problemas a quien las firme y a mí no me gustan. Y si no lo tienen ustedes claro pueden preguntar a Savater, a Vargas Llosa y a cualquier plumilla sin renombre, pero con redaños, que se halla en el mismo trance de despido y cola del paro.

            Aún así y pese a ello, seguiré comprando el periódico los fines de semana (y el día de diario que me dé la gana, o la vida) porque creo que es el mejor  medio de información, porque los grandes literatos que han campeado y campean por la piel de toro y por las de allende los mares y por todo trozo de tierra de este planeta, de una u otra forma, han estampado su firma en los rotativos: ora con sus artículos de opinión ora con sus críticas de cine, teatro o literatura ora con sus novelas a plazos y por fascículos que hacían las delicias de unos y de otros. Por todo lo anterior, por ese olor tan característico y por la utilidad para limpiar los cristales que tiene el periódico una vez leído, así como muchas otras razones peregrinas, este émulo de escritor y columnista seguirá, mientras le dejen y pueda, formando parte de esa especie en serio peligro de extinción que adquiere su tradicional periódico de papel.

Me compensa.

P.S. Seguro que las mentes calenturientas de los escasos lectores que esto leen estarán dándole vueltas, haciendo porras con sus compañeros de trabajo o apostando cinco contra uno con la contraria o el contrario a ver cuál es el periódico que leo.

¡Hagan juego!

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