La buena educación

Con nosotros se cruza don Pablo, un hostelero de nuestro pueblo que dejó de serlo acuciado por su ancianidad. Elegante, sobrio, con un saber estar que rezuma a colonia de hombre de los de antes; nos da los buenos días y bajo su mascarilla se vislumbra el color dulce de una sonrisa. Los que conversábamos al calor del sol de primavera, nos hemos mirado, nos hemos preguntado si alguna vez habíamos hablado con él y nos hemos contestado con la negativa. Pero juntos hemos llegado a la conclusión de que nos ha regalado el deshoje de la margarita de la buena educación porque es lo que tenía que hacer, lo que su conciencia le ha dictado. Ha seguido su camino y se ha metido en un café donde nos figuramos que ha sonreído y ha saludado al pasar antes de sentarse en la mesa de siempre a esperar que le sirvieran el café. Como debe ser. Don Pablo lleva una gorra con un ligero ladeo hacia la izquierda, una a...