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Dónde he estado, qué hago y con quién hablo de «Ejecutoria»

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  El chulito de mi teléfono móvil me avisa mediante una notificación de una cosa muy curiosa que ha llamado con brío a la puerta de mi atención: resumen de actividad y lugares visitados durante el mes pasado. O algo así. El caso es que esta curiosidad mía tan poderosa e irrefrenable me ha hecho rascar un poco y ver el contenido del aviso. Mis pupilas se han dilatado, ha hecho perla la bujía de mi corazón y mi cerebro ha dado un doble salto mortal con tirabuzón. En la pantallita de mi móvil, adictiva como la heroína más pura, se podía observar con todo lujo de detalles, nada de resúmenes, los kilómetros recorridos, tanto a pie como en vehículo o en transporte público; los lugares donde había estado; las cafeterías donde había parado a tomar un café o las librerías visitadas. También se hacía eco la endemoniada pantallita del tiempo que había invertido en visitar los establecimientos y, seguro estoy, el tipo de conversación que mantuve con mi librera de confianza.             Se nos ha i

Libros y derribos

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Si existen personas con problemas como el tabaquismo, el alcoholismo o el nefasto esnobismo,  yo, por otro lado, padezco la enfermedad del «biblioismo». Esta dolencia, convertida en estos tiempos en una enfermedad rara, pues cada vez la padecemos menos bípedos, consiste en la ansiedad por conseguir libros y suele tener como síntoma principal una espléndida biblioteca de baldas combadas por el peso de la tinta, el papel y las palabras impresas. También se caracteriza por acaparar libros que, aun anotados en la lista de pendientes de lectura, nunca serán leídos, ni siquiera viviendo dos o tres vidas.               Muchas de las bibliotecas de los enfermos de «biblioismo», una vez el afectado se haya mudado al corral donde sueñan los justos, es más que probable que acaben en librerías de viejo, en serio y extremo peligro de extinción, o en una pirámide a merced de las llamas (¡por Dios, con lo que eso contamina!). En mis viajes oníricos más húmedos sueño con que mis libros los seleccion

De mapas e hispanidades

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  Desde chiquito me encantan los mapas. En mi casa había un atlas, mil veces manoseado por mis dedos infantiles, con el que soñaba con viajes transoceánicos, selvas impenetrables y montañas copadas por nieves perpetuas. Era como poder materializar las aventuras narradas por Julio Verne, por ejemplo, en un   libro de puntos geográficos reales, pero no por ello exentos del misterio arcano de la vida. No sólo pasaba mis ojos pueriles por las geografías ignotas de los seis continentes, también buscaba en el tomo que la enciclopedia familiar había dedicado a dicha ciencia toda la información disponible sobre ciudades, pueblos y parajes que soñaba con visitar. De aquellas no había otro modo de recopilar el material con la que se fabrican los sueños. Era parte de mi experiencia vital, de mi propia aventura, de un juego con el que aprender y tener conciencia del mundo que habitaba.             Lo mismo me ocurrió con los diccionarios. Buscaba palabras, significados, etimologías como si de un

Deshumanización, paro y otras lecturas

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Sala de operaciones de un banco, caja de ahorros o entidad financiera. Un día normal, pongamos que un miércoles de ceniza del montón. Intervienen dos protagonistas. Hombre y mujer. La mujer es joven, guapa, peinada y vestida a la moda. El varón, por el contrario, es un anciano de baja estatura, pantalón ancho y zapatos de suela desgastada.  MUCHACHA JOVEN: Esta operación que usted quiere hacer, el ingreso de dinero, me refiero, tiene que hacerla en el cajero automático. Aquí ya no se puede hacer. ANCIANO: Pero, mire usted, señorita, yo no sé manejar ese cacharro. Soy muy mayor. MUCHACHA JOVEN: Es muy fácil, hasta un niño de dos años podría hacerlo. ANCIANO: Ya. Pero el caso es que yo tengo ochenta y siete años y el niño de dos años que usted dice ha nacido con un móvil en la mano. MUCHACHA JOVEN: Me hago cargo. Pero es que la política de la empresa es que los ingresos hay que hacerlos obligatoriamente desde el cajero automático. ANCIANO: Ya veo, ya. (Pausa larga que impacient

Viajes y transformación

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  El viaje, como el libro, tiene que ser un puñetazo en la cara, un arañazo feraz en las entrañas, una revolución interna de los puntos de vista.   El viaje, para que de algo sirva y no sólo para clavar una chincheta de color amarillo en el mapa, para aburrir a las visitas con el álbum de fotos o para mostrarse feliz en las redes sociales, te tiene que cambiar. Tienes que volver al calor del hogar y cuando te calces las mullidas zapatillas de estar por casa te tienen que quedar estrechas, porque tus pies ya no son los mismos. Porque has cambiado.             Un viaje tiene que enfrentarte a tus miedos, al inicio, encararte con la belleza de la experiencia, en el transcurso, y, al final, tiene que cautivarte. Es durante ese cautiverio en el que te miras al espejo y no eres capaz de reconocer tu rostro, ni tu cuello, ni esas manos que miras como perplejo. Se ha obrado el milagro.                                                                                                            

Condensador de fluzo

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  Querido lector:             No sé si a ti, y perdón por el vulgar tuteo, te ha pasado o no, pero quién no ha soñado alguna vez con viajar en el tiempo. O quién no se ha preguntado en qué época pasada le hubiera gustado vivir. Y esto que planteo no sólo ocurre dentro de una infancia soñadora, arreciada por los vientos del norte de la imaginación y las canículas de los comics, las novelas o las películas, sino que del mismo modo sucede en una edad adulta en la que a uno le hubiera encantado vivir en tal o cual época o viajar a tal o cual año para cambiar el devenir del futuro de su país, de su familia o de su propia persona.             La literatura y el cine le han dedicado importantes esfuerzos a esta temática: Un yanqui en la corte del rey Arturo, de Mark Twain, en literatura; la saga de Regreso al futuro, de Robert Zemeckis, en lo relativo al cine o, la más patria, El Ministerio del Tiempo de los hermanos Pablo y Javier Olivares, en lo relativo a las series, son varios ejem

Redes capitales

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  Por todos es sabido que las denominadas redes sociales han alterado notablemente, revolucionado dirán los cursis indecentes, nuestros hábitos, nuestras costumbres e incluso nuestra forma de relacionarnos con el resto de bípedos implumes, habitantes de este mundo en deconstrucción. No tiene uno más que ocupar su asiento, si quedan libres y no los necesitan los ancianos, las embarazadas y las madres o padres que acarrean bebés cerca de su seno, en el transporte público y se detiene a observar a quienes le rodean: el noventa y muchos por ciento se encuentra abducido por los pequeños extraterrestres que habitan en las redes sociales de sus teléfonos móviles. El uno por ciento restante lee un libro y se encuentra catalogado por el Ministerio de Medio Ambiente como especie en inminente peligro de extinción.   La conversación de tú a tú, extinguida del todo.             Pero si uno, de naturaleza curiosa y viendo a todos los abducidos, se detiene a observar sus (que sí, que yo también las