Tiempos duros
Avisan sin vergüenza alguna desde los púlpitos los sacerdotes de la nueva religión: «Se avecinan tiempos duros». Mejor que ellos no los sabe nadie, pues ellos son los que azuzan, los que empujan y los que pinchan con palos a los que se ha sacado punta en las nalgas de esos acólitos siempre fieles, que nunca se han cuestionado nada. Acólitos que siguen a pies juntillas las consignas que sus sacerdotes les indican, que obedecen como soldado a su sargento y que arriesgan lo que sus jefes no están para nada dispuestos a arriesgar. Desde las tribunas de escaños de color rojo y hasta desde los de color azul proyectan su veneno, como esas serpientes que arrojan la ponzoña a sus presas desde la seguridad que da la distancia.
Y aunque parece un trabajo arduo de lanzamiento con onda de piedras sobre su propio tejado, nada más lejos de la realidad, pues los adoquines que dejan al descubierto la arena de la playa se tiran con una calculada puntería. Son proyectiles disparados con un único objetivo, aunque quien los proyecta no tiene la menor idea de cual es, y no es otro que afianzar sus hermosos nalgatorios a la poltrona del poder. Por esos se hace necesario realizar unas cuentas precisas y milimétricas para tener bajo control los daños, los heridos y, sobretodo, las consecuencias políticas que los minerales provoquen sobre la techumbre que hace las veces de diana.
«Se avecinan tiempos duros» y para que reporten unos resultados redondos, sin decimales, sin resto y con número que sean divisibles tienen que andar castrando al personal que es el encargado de que el desorden no sobrepase la línea, delgada siempre, de los límites inviolables. De este modo, los límites quedan de la misma textura que tiene el papel mojado y son fácilmente excedidos, sin perder nunca de vista el objetivo que sólo unos elegidos saben ver. Para ello, y ahora que por estar en el poder se puede, se encargan de redactar leyes emasculadoras que restan discrecionalidad a los trabajadores de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad y, como un balancín abandonado en un parque, lo compensan con la suma de poder a los cachorros que nada se cuestionan y que una vez es azuzado por sus prebostes, atacan con saña y sin piedad, aureoleados por una hornacina de impunidad al orden hasta ahora establecido. Y nos falta por señalar el último elemento para que la cuenta salga redonda: el conductor, el peatón, el ciudadano de a pie. Éste es el verdadero perjudicado de todo lo que se proponen hacer desde el poder, pues es el tendero al que destrozan la tienda en las algaradas, el repartidor al que no le dejan acceder al sitio donde va a entregar sus paquetes, el conductor al que destrozan su vehículo aparcado en la calle.
«Se avecinan tiempos duros». Tiempos en los que hay que escuchar a la sabiduría popular con su «en río revuelto, ganancia de pescadores», y estos pescadores están tirando cartuchos de dinamita al curso del río. Y, no solo eso, también están quitando los bozales a sus perros de presa, a sus acólitos con caquita en el cerebro y a sus delincuentes que se atavían con cócteles molotov. A lo mejor es que ya se están preparando para cuando les defenestren de su bonita bancada azul y tengan que promover las algaradas en las que más a gusto se sienten, en las que vuelven a convertirse en líderes y con las que más poder obtienen.
«Se avecinan tiempos duros», dice un tipo con cara de niño que pasó de acampar en la Puerta del Sol a arrugar su ropa al arrellanarse en un escaño del Congreso. Sabe lo que dice. Y lo peor de todo es que tiene razón: «Se avecinan tiempos duros».
Que Dios nos coja confesados.
P.S. Aunque esta nueva no es precisamente actual, no hay que relegarla a la vorágine de las noticias con fecha de caducidad con las que nos apedrean a diario, pues sigue, aunque premeditadamente escondida, en boga. No lo olviden.
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