Los dos libros o la leyenda de San Bartolomé
Cuenta la leyenda que justo antes de nuestro nacimiento, San Bartolomé,
patrón de los editores, ofrece a
nuestras almas dos libros. El primero de ellos es de una lujosa encuadernación,
con una portada de cuero marroquí decorada con unas exquisitas florituras de
pan de oro y un papel fino y elegante. Es un libro que llama la atención por su
belleza. Por otro lado, el santo ofrece a nuestras almas otro libro de
encuadernación cutre, con portadas de cuero de cabra vieja, con las hojas
cortadas a mordisco de burro y carente de todo grabado y belleza que hagan que
nuestra atención se dirija hacia él. Este libro con aspecto de almoneda repleta
de polvo atávico tiene la peculiaridad de que sus hojas están en blanco, a
falta de escribir sobre ellas.
De estos dos libros, el alma debe elegir uno solo.
Imagen de Pezibear Continúa el relato legendario diciendo que si
se elige el libro de lujo, el más bello de los dos, sus páginas están casi todas
escritas y que el destino de quien lo eligió estará predeterminado. Sin embargo, si se elige el segundo, el patito
feo de los libros, el carente de todo valor ante nuestros ojos, el que tiene
las páginas en blanco, será el alma el que tenga que anotar en ellas todas sus
experiencias, sus vivencias, en definitiva, su destino, que aún está por
escribir. Quienes eligen el primero, el
lujoso, tienen que consultarlo a cada instante de su vida, como si de una guía
de viajes se tratara, y cuando mueren, el libro, de tanto uso, estará con las
cubiertas resecas, las páginas ajadas y el texto casi por completo ilegible. Los
que eligen el segundo y escriben en sus páginas toda su sabiduría, cuando
mueren lo dejan en los anaqueles de la Biblioteca del Conocimiento Humano,
donde podrá ser consultado por todo el que venga detrás de ellos.
Como la única persona que todavía soporta
mis escritos habrá adivinado, la gran mayoría de nuestras almas, ofuscadas por
la falsa belleza, el brillo y los oropeles del primer libro, lo elegirán sin apenas
dudarlo. Su vida, su destino quedará desde ese mismo instante predestinado por
algo que alguien ha escrito en su lugar, por una suerte de norte para no
perderse y vivir como el que lo escribió quiere que viva el elector atraído por
el lujo. Sin embargo, pocos, los de alma más austera, se sacudirán el polvo de
oro del boato y elegirán el libro triste y cutre donde ellos, y solo ellos,
podrán escribir el resultado de la vida que quieren vivir. No la vida que
los demás quieren que vivan.
Cuando se llegue a la última página de
estos libros, el pobre estará dotado de una esencia imborrable, una
esencia que le convertirá, a pesar de su aspecto deslucido, de las manchas de comida en sus páginas o de los borrones de tinta, en un lujoso volumen repleto de sabiduría
ancestral, de experiencias constructivas y, en definitiva, de vida, que es para
lo que nos dio a elegir San Bartolomé.
Muchos seremos los que hemos elegido el
libro equivocado, guiados por la suntuosidad de la primera cáscara, sin ni
siquiera abrir y ojear sus páginas repletas de plagios de vidas que nos
predestinarán para siempre, de una forma repetitiva, carente de sentido.
Apenas hurgamos en las cosas que nuestro
devenir nos presenta para descubrir o hacer aflorar su verdadero valor, su
verdadera esencia, su verdadero lujo. Y eso también nos pasa con muchas
personas a las que apenas damos la oportunidad de que se despojen de la piel, bella o descuidada, y
nos muestren la riqueza de la que están hechos y de lo bien que nos vendría
aprender de ellos para que nosotros podamos colocar en el anaquel de la Biblioteca
del Conocimiento Humano ese libro que con nuestra propia letra hemos de
escribir.
Y dejo de darles la tabarra para que continúen con la redacción del libro elegido por su alma antes de nacer.
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