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La pólvora ardiente de las redes sociales

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  La pólvora se ha prendido. Ha bastado un simple conato de chispa, ni siquiera con una temperatura elevada, para encender el reguero explosivo de las redes sociales.             Sucede un hecho: Un hombre corre hacia una furgoneta de color oscuro donde alguien con prisa cierra la puerta corredera de su lateral. El hombre golpea con su mano desnuda los cristales. Tal vez les grite. Se hace daño en los nudillos, de donde se derrama el tímido rojo de la de sangre. Continúa corriendo en pos del vehículo, a pesar de que su persecución a todas luces es absurda, descabellada e inútil.             Alguien a bordo de un coche para a su lado y le pregunta qué es lo que está ocurriendo.             —¡Sigue a ese coche oscuro!— Le dice con un tono que verdea la desesperación.        ...

La buena educación

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              Con nosotros se cruza don Pablo, un hostelero de nuestro pueblo que dejó de serlo acuciado por su ancianidad. Elegante, sobrio, con un saber estar que rezuma a colonia de hombre de los de antes; nos da los buenos días y bajo su mascarilla se vislumbra el color dulce de una sonrisa. Los que conversábamos al calor del sol de primavera, nos hemos mirado, nos hemos preguntado si alguna vez habíamos hablado con él y nos hemos contestado con la negativa. Pero juntos hemos llegado a la conclusión de que nos ha regalado el deshoje de la margarita de la buena educación porque es lo que tenía que hacer, lo que su conciencia le ha dictado.   Ha seguido su camino y se ha metido en un café donde nos figuramos que ha sonreído y ha saludado al pasar antes de sentarse en la mesa de siempre a esperar que le sirvieran el café.  Como debe ser. Don   Pablo lleva una gorra con un ligero ladeo hacia la izquierda, una a...

Sin Filosofía, sin Humanidades, sin asideros morales

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  Platón, Arsitóteles, San Agustín, entre otros muchos y por este orden, ya no estarán en el ordenador en el que se encuentran mis libros de textos. A lo mejor es porque ocupan mucho espacio en la memoria y no dejan que otro tipo de nombres importantes se acuesten por la noche entre el sistema binario de su disco duro. No sé, se me ocurre que son mucho más importantes Zapatero, Aznar, Rajoy o Sánchez, verbigracia, valedores del sistema planetario y perfecto que nos protege como ciudadanos de pleno derecho e izquierdo. En el instituto en el que curso mis estudios obligatorios van a relegar a la Filosofía y, por ende, al resto de HUMANIDADES (así, con mayúscula) al cajón de las cosas que nos deben importar una mierda. Porque, con sinceridad, ¿a quién cojones le importa aprender ese tipo de cosas? A nadie. Porque esas materias nos enseñan a conocer el mundo que nos rodea, la ubicación que tenemos en el mismo y el sitio del cual venimos. Ni más ni menos. Pero, claro, si me desubi...

Las dificultades de ser golondrina

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Esta primavera de calimas y vientos del sur les ha dificultado sobremanera el crudo asunto de cruzar el estrecho: las ruedas de sus maletas trolley se quedaban atascadas con el polvo sahariano. Pero las golondrinas, tercas como mulas, han logrado avanzar a su destino guiadas, sin duda, por el afán del pisito que les esperaba en el centro de la península.           Pero no sólo el polvo en suspensión proveniente del norte de África ha sido el obstáculo para la realización de una vida plena, pues una vez en el destino las cosas no han ido a mejor. Ni mucho menos. Una vez aquí, han tenido que negociar con el banco el tema de la hipoteca del nido, que si el Euribor por aquí, que si la clausula suelo por allá, que si la devaluación de la rupia por acullá … Vamos, que la cosa anda harto complicada y el banco solo les da el ochenta por ciento y el resto del aporte lo tienen que poner ellas.        Ojalá que todo terminar...

Más me hubiera valido irme yo

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  La última vez que pudo coger su mano notó que estaba fría. Su vida se extinguía poco a poco, con la prisa del que no quiere dejarla arrumbada en el fondo del armario. Sabía que su tiempo se había agotado y que su esposa iba a expirar en breve. Con ella se marcharían un buen puñado de sueños cumplidos, un millón de ilusiones y un matrimonio feliz desde el primer hasta el último día. No eran pocas cosas las que se iban ni tampoco era poco lo que se quedaba: dos hijas que le habían dado cuatro nietos y muchas sonrisas de satisfacción. Él se quedaba desahuciado, en peligro de derrumbe y con una salud delicada a la que vigilar con constancia inusitada.           «Más me hubiera valido haberme ido yo», musitó al cuello de su camisa de rayas en el momento en el que la primera palada de tierra caía sobre la madera del ataúd donde se marchaba su amada. «Más me hubiera valido haberme ido yo», repitió con la intención de que las palabras res...

Infancia robada

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  La infancia es, o debería ser, el periodo más feliz de la vida de cualquier peatón, ciclista o conductor que se precie. También lo debe ser para quien no se ajusta a ninguna de las condiciones expuestas. Vamos, y dejémonos de rodeos sin sentido, de la vida de toda persona. En nuestra infancia se desarrolla todo lo que después estamos destinados a ser: se desarrollan los sentimientos; se desarrollan los conocimientos; se desarrolla el tú y el yo, el nosotros y vosotros, el tuyo y el mío, el nuestro y el vuestro. Pero la infancia es la etapa que siempre vamos a recordar a lo largo de este valle de lágrimas, a la que siempre vamos a querer volver: bien sea porque en ese maravilloso tiempo no teníamos las obligaciones o responsabilidades que ahora tenemos, bien porque el juego lo acaparaba todo y nos hacía sentirnos a gusto o bien porque nos sentíamos arropados por el cariño de nuestros padres y hermanos. No me quiero imaginar ni por un solo momento la vida que habrán podido l...

Elogio al serano

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  Como siempre, de manera instintiva, con mis dedos sarmentosos aprieto con fuerza el maldito botón rojo del mando de la tele. Sí, el mismo que hace cambiar de color la lucecita que debajo de la pantalla e indica si está encendida, verde, o apagada, bermejo. La imagen se catapulta con sus luces sobre la salita de estar y el ruido de voces de personas con las que ni siquiera me crucé inundan la estancia, todo ello como si de repente hubiera subido la marea y se hubiera anegado todo bajo el agua y la sal. Las personas que hablan en los platós y se meten en la intimidad descarnada de mi casa no hacen tal cosa, hablar, me refiero; sino gritar, discutir, incluso insultar. Pero a mi mirada, absorta ella, le es imposible desviarse ni lo más mínimo del camino que la luminosidad del televisor marca a fuego en mi alma.                 Me encuentro atrapado del todo, como un león en su minúscula y sucia celda del zoo. Me intere...