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Techos hundidos

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  En el campo, el trino de los pájaros es un canto salvaje, ancestral, montaraz. Los arroyos dejan caer el agua por entre sus cantos rodados y el frescor de las orillas verdes se desparrama sin consuelo por las aceras desvanecidas de los pueblos. Las ovejas del rebaño se han jubilado y ya no les place salir a pastar.           Los gritos de los niños en el recreo de la escuela no son otra cosa que un recuerdo añejo. Un recuerdo con olor a naftalina y a cerrado. El ruido mecánico de las cadenas de las bicicletas infantiles se ha sustituido por el crujido inclemente de los huesos de las caderas, por el de los muelles oxidados grabados en los colchones de lana, por el de los viejos rodamientos de los andadores recetados por la Seguridad Social. La infancia es un juguete roto, una mirada olvidada, un trauma sin resolver. Y sin tratar. Las calles ya no huelen a polvo de talco   ni a sonrisa de bebé   ni a pantalones cortos. ...

Sentencias

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  Si la memoria no me engaña, fue el primer féretro que vi en mi vida. Era blanco, símbolo de la pureza, pues quien lo ocupaba iba a embarcarse sin mácula  y con un tamaño reducido  en el tren de alta velocidad, y sin paradas intermedias, con destino el Cielo. Fue aquí, al lado de mi casa, cuando todavía los velatorios se organizaban en la morada donde el fallecido había desarrollado su vida, escueta, en este caso. Yo no tendría mucha más edad que la criaturita yacente en el interior de la caja. Estarían mediados los años ochenta del pasado (¿pasado?) siglo.             La blancura salía a hombros del portal de su casa y se dirigía hacia el vehículo fúnebre, expectante junto a la acera. Un séquito de familiares, allegados y una madre junto a un padre, con rostros serenos, pero tristes y un cigarrillo sujeto por la fuerza de la juntura de los dedos índice y corazón. La madre, en evidente estado de nerviosismo, aspira...

¿Inmortales?

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                Un servidor cuando siente atracción, le pica la curiosidad (¡bendita curiosidad!) o simple y llanamente le gusta algo, se informa,   hace las consultas necesarias y, si fuera necesario, inicia un proceso de formación para aventurarse con todas las consecuencias en ese mundo que le está requiriendo de una u otra manera. Con lo anterior, no consigo otra cosa que no sea APRENDER, conocer en profundidad y disfrutar al máximo del asunto en cuestión. De esta manera tan peculiar, cuando visito un pueblo, una ciudad o un paraje lo hago, o al menos lo pretendo hacer, bien informado de sus monumentos, de los aspectos más interesantes de su cultura o de las especies de animales que podrían asomarse, con o sin disimulo, a las lentes de mis binoculares. Verbigracia.             Ni que decir tiene que esa información/formación se eleva a la enésima potencia ...

La hoguera (la familia frente a la televisión)

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    No soy muy dado al vicio de ver la televisión. Lo reconozco. Sé que es un medio de una fuerza brutal y con un alcance que ya quisiera solamente un cuarto para sus artículos este humilde servidor. Es un medio que se nos ha metido en nuestros hogares, hace ya demasiado tiempo, y se ha erigido en la dueña y señora de nuestros salones, cuartitos de estar, dormitorios y hasta cocinas, si me apuran.             Como le decía a mi único y postrer lector, no soy dado a sentar mi nalgatorio en el sofá y tragarme sin deglutir todo lo que la caja tonta me escupa a la cara. Procuro ser selectivo e intento librarme de digerir esa bazofia que, desconozco por qué, tiene tanta y tanta audiencia. Pero, casualidades de la vida, me paré un breve, gracias a Dios, instante de mi vida ante los rayos catódicos justo cuando un grupo de comunicación de los más potentes de nuestro país, e incluso de otros del arco latino (y cuando digo arco l...

El buen salvaje

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  Danzas tribales, saltos imposibles, lanzas enhiestas en claro desafío a un cielo sin nubes. Los Masai a rebosar de colores en sus ropas, en su cuerpo, en sus pupilas, advocan   a sus dioses para que les depare una buena caza.             El chamán escupe una suerte de agua mezclada con fuego y arroja sobre el suelo alisado de su choza los huesos límpidos de un mamífero selvático que le indicará por dónde va a discurrir el futuro más próximo de su tribu. Entretanto, en el Amazonas, de tanto árbol, no se puede ver el sol.             En el Sacromonte, el gitano sin gracia se cuelga al hombro la guitarra española y, cuando en el cielo sufre un vahído la madrugada, se arranca por bulerías de Jerez con sabor a vino dulce y clama por el amor de los sacais verdes con aroma de virginidad de la gitana por la que bebe los vientos.       ...

ESCLAVITUDES VII: Narcoestados

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    Cuenta la leyenda que el ser humano siempre ha necesitado algún tipo de sustancia con ciertos principios activos capaces de provocar una alteración psíquica y de remover los dioses   y los demonios de su interior. Esas sustancias han estado íntimamente vinculadas a las diferentes colectividades humanas. Y esa vinculación, en los últimos tiempos, ha tenido una relación más estrecha con las sociedades organizadas en forma de estados actuales.             También cuenta la leyenda que con la revolución juvenil de los años sesenta y setenta, en Occidente se popularizó el consumo de drogas hasta tal punto que llegó a infiltrarse entre los jóvenes, y no tan jóvenes, de todas las clases sociales, laborales y emocionales. Vamos, que casi todo el mundo consumía o había consumido sustancias fiscalizadas en algún momento de sus vidas, bien como experimentación, bien como diversión o bien como vía iniciática para una carr...

ESCLAVITUDES VI. La droga

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  Cuando la jeringuilla perforó con su aguijón la vena abultada del brazo, la piel desafinó en un sonido de tela al rasgarse. Lo interpretó como la más hermosa melodía jamás compuesta para los huesecillos de sus oídos. El émbolo se fue deslizando con la tranquilidad que solo sabe dar el placer más excelso jamás sentido y la droga se mestizó con esa sangre tan castigada por los años, por la marginación y por el elixir del deseo.             Atrás quedaban las colas frente al campo del Rayo Vallecano a la espera de que el «metabús» aparcara pegadito a la acera y le dispensaran ese bote de plástico, como el de los análisis de orina, donde un zumo de naranja al que llamaban metadona esperaba para que le calmara de esa abstinencia inflexible y dura como roca de pedernal, sin sentimientos ni conmiseración con la fragilidad humana. Allí esperaban junto a sus progenitoras, esas sombras inseparables por necesidad maternal y con el obj...