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Soldaditos de pinta y colorea

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    Los nacidos en el siglo pasado carecíamos del excesivo entretenimiento de las pantallas que hoy nos entontecen. Para matar, o al menos adormecer, el tedio infantil de la hora de la siesta teníamos los comics, los tebeos, las historietas. Leíamos las aventuras del Capitán Trueno, las gestas militares de los protagonistas de Hazañas Bélicas o los están locos estos romanos de las historias de Asterix y Obelix. Devorábamos con fruición todo ello y luego, en la calle, con los amigos, nos osábamos a materializar lo leído interpretando a nuestros héroes del reino de la mesilla de noche. Apurábamos cada momento regodeándonos en esa épica del viaje del héroe, en la lucha por el bien ante las fuerzas del mal y en rescatar de un ficticio secuestro a la princesa del barrio, que nos hacía ojitos cuando vencíamos a ese mago de poderes misteriosos y, en la victoria, elevábamos nuestros fuertes brazos a lo Conan el Bárbaro. Y nos casábamos de mentirijillas con la princesa de la que hoy...

Un escrito muy garcimaiqueciano

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  Existe un tipo de amistad que se viste con la camisita y el canesú de lo superfluo, pero que cuando se despoja de la tela, se desvela como ese tipo de amistades profundas, serenas y verdaderas con las que sólo con cruzar las miradas se sabe todo, o casi, del otro. Son esas amistades de las que no disfrutamos a diario, a la semana o siquiera una vez al mes. A veces incluso pasan años sin encuentros aunque sean fortuitos en la cola del supermercado o en la desesperada sala de espera del consultorio de referencia. Pero no son necesarios, pues a pesar de esa falta de contacto habitual, la amistad continúa fresca y lozana.           En una amarga boda por lo civil (Joaquín Sabina dixit), coincidí con una de esas amistades añejas con al menos doce o trece trienios de antigüedad a los costales. Entre bocado y bocado, sorbo y sorbo y palabras de admiración de lo bien que todavía nos conservábamos en la salmuera del matrimonio, nos pusimos a...

De ascuas y sardinas

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  Si uno, en un foro compuesto por personas con un mínimo nivel y bagaje   cultural, pregunta por la figura de Salieri, el compositor, es harto probable que llegue a observar caras de desconcierto, cariacontecidas, gestos de asco o comentarios hirientes contra su persona. El rumor que se extenderá sin reparos por la sala será el mismo que si hubiera mentado a Hitler, a Stalin o a Pol Pot. Aunque, en honor a la verdad, con este trío calavera habría bastante más controversia que con el músico clásico, coetáneo de tantos y tantos genios musicales. Todos odian a Saileri. Sin fisuras.             Salieri fue un músico italiano del que ya apenas se interpretan sus obras en los grandes ciclos de música clásica ni, por supuesto, se escuchan sus listas de Spotify. Y claro que hablo generalizando, pues lo que quiero mostrar es el odio encarnizado que sobre su persona ha recaído, obviando, de este modo, toda una excelsa carrera ...

Ruralidad

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  En una serie absurda vi una escena que, como no podía ser de otra manera, absurda también era. Pero hay veces que este tipo de situaciones despiertan en uno ese qué sé yo que le arrojan sin remedio hacia el abismo de la pluma, la tinta y el papel.   La escena en cuestión se desarrolla en un   pueblo de la Mancha . Varios urbanitas irredentos van en un coche con la intención de «rescatar» a un amigo, antiguo y desdichado urbanita, al que su familia, en concreto su madre, ha obligado a regresar a su lugar de origen. En el recorrido, una anciana, enalbardada con el uniforme titular de vieja de pueblo, apoya sus pasos indefinidos en un bastón y le da por cruzar delante del vehículo de los protagonistas. Protagonistas que, asediados por las prisas capitalinas, se desesperan en el interior del coche. Para más inri o exasperación, la mujer se encuentra en medio de la calle con una vecina con la que se dedica a pegar la hebra. Esto hace que los ocupantes urbanitas del turismo...

No hubo manera (Una ficción estival)

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  A la memoria de Julio García Díaz   No hubo manera. A pesar de todos sus esfuerzos, ella lo abandonó. De poco o nada sirvió acudir a la más ruin de las bajezas. A arrastrase en la baba de caracol de la súplica, del ruego, del deshonor. Si ella se va, ¡qué me queda a mí!, se dijo a voces calladas. Voces que retumbaron en su caja torácica como llamadas desde el más allá. Voces siniestras. Tétricas.             El sonido rítmico de las ruedas de su maleta fue el mismo chirrido que el de los neumáticos metálicos de un tren que se desvanece entre la niebla otoñal. El postrero portazo al salir de la casa, al abandonar el pasado y el presente por un más que incierto futuro, fue el remate a ese redoble que en el circo anuncia un salto mortal. Mortal de necesidad. El eco de la puerta al cerrarse se quedó divagando   por la casa durante un par de eternidades. Fue un sonido hueco. Un sonido significativo. Un sonido de de...

Tortilla española

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De cuando en cuando surge un debate enconado en las redes, en las barras de zinc de las tabernas patrias y hasta en las mesitas de mármol del Café Gijón, que hace salir de nuestro interior a ese barra brava (me niego en rotundo a decir hooligang,¡Ostras!... Ya lo he dicho) capaz de batirse a muerte por el asunto. Y el asunto no es otro que si la tortilla debe llevar cebolla o no. A pesar de parecer un tema baladí, en esta España nuestra se puede llegar a las manos, a la ruptura irremediable de la más antigua y firme amistad y hasta llegar a negar la legítima al hijo díscolo en semejante tema. Cuando el asunto se fríe en la sartén de las redes sociales, los participantes embozados en la manta morellana del anonimato arremeten al contrario con exabruptos, insultos y menciones indecorosas a la santidad de una madre. Madre que, seguro estoy, cocina o cocinaba la tortilla al gusto del hijo, y, a la sazón, contrincante del embozado interlocutor virtual. En las barras de zinc de las taber...

Hijos y fútbol

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  No he sido muy aficionado al fútbol. Apegado a la Verdad, ni mucho ni poco, simplemente no he sido aficionado. Ni siquiera vi la final de la Copa del Mundo de Sudáfrica. No me interesaba.           Desde la primera vez que respiró oxígeno de modo directo mi heredero, caminó por las mismas trochas no futbolísticas por las que yo transitaba. No fue nada influenciado. No le gustaban los juegos de balón y se dedicaba a otros juegos más creativos. Si bien es cierto que al poco de empezar a mascullar palabras eligió ser del Atlético de Madrid, a pesar de que el deporte rey en esos momentos no le atraía nada de nada.           Corrió su infancia entre disfraces, música (fanático de Queen) y la compañía de teatro «Siempre Alegres» del colegio. Una mañana (¿o fue una tarde?) decidió que quería ser actor de doblaje. Se tragaba videos de cómo se doblaban al español las películas, entrevistas a los...