Igualdad verdadera
Que todos somos iguales ante la ley queda por escrito en un lugar que, por manoseado, hipernombrado y mal entendido, ha quedado en agua de borrajas o papel mojado. Esa pretendida igualdad, consagrada al cielo administrativo mediante un Ministerio dotado de un presupuesto millonario y repleto de funcionarios del mano sobre mano, se ha quedado vacía de contenido, inconclusa e irreal. De tanto ir el cántaro a la fuente, ésta se seca, pero el cántaro sigue yendo. Por si acaso.
La igualdad ante la ley ha sido desigualada por esos adalides de la ídem que, a riesgo de quedarse sin la teta de la que maman, han hecho bandera de ello para evitar su ruina personal, no comunitaria, claro. Muchos ejemplos hay de ello, pero no es el tema a tratar en este humilde escrito, que pocos han de leer.
Esta turba que ve con buenos ojos que exista un Ministerio de Igualdad que no hace otra cosa que generar desigualdad y discrepancia, por no decir discordia, es la misma que, malaconsejada por los prebostes de los departamentos donde se guarda la teta de la que siguen y siguen mamando, de cuando en cuando sale a la calle abrazada a las banderas de las causas que políticamente más interesan para que la teta siga conservándose lozana y ubérrima. Para estos casos, se ensalzan consignas rebosantes de emoción, de esas que llegan al corazón de las personas, siempre con niños o su sufrimiento injusto de por medio y que, si se niegan, son presa fácil para acusar de cualquier tipo de falacia ideológica a quien lo haga. Vamos, que a la primera de cambio a uno le acusan de fascista y lo sitúan a la altura de cualquier criminal de guerra, o de paz, tales como Stalin, Pol Pot o cualquier otro personajillo que utilice la violencia o el martirio para imponer su visión ideológica del mundo.
Esa turba ve una enorme injusticia, que lo es y no cabe la menor de las dudas al respecto, cuando se bombardean lugares donde hay niños. Pero, y he aquí el quid de la cuestión, la vida de esos niños tiene mucho más valor que la vida de otros niños que sufren los mismos bombardeos y persecución que los primeros. Pero la diferencia es que los primeros, muy a su pesar, y al mío, son rentables políticamente hablando, mientras que los otros pobrecitos no los son. Por eso la vida de un niño de Gaza vale muchísimo más que la de un niño de Sudán o de una aldea cristiana en Nigeria, donde son masacrados sin el menor atisbo de piedad y con un exceso de saña, matando, por ejemplo, a sus padres ante la tristeza de su mirada y después a ellos. O viceversa. Ni que decir tiene que muchas niñas, sí, en femenino, también son utilizadas como esclavas sexuales por las hordas de desalmados que han asesinado a sus padres, a sus vecinos y a los párrocos que les daban la comunión todos los domingos. Porque estas hordas, al entrar en una aldea cristiana, arrasan con todo lo que pillan, dándoles igual si se trata de mujeres, niños u hombres en edad militar. No dejan en pie ni el menor rescoldo de lo que un día fue ese poblado.
Pero en estos casos los paladines de la igualdad en Europa callan como esas mujeres que dan besos por dinero. Callan porque, como decía, no obtienen ningún beneficio político ni personal, lo que evidencia su falta de escrúpulos y la importancia que para este tipo de gente tiene su prójimo; pero sobre todo callan porque las víctimas son cristianas y quienes los masacran son musulmanes. Si elevaran lo más mínimo su voz, se caería con el estrépito de un castillo de naipes o petrodólares toda la base de su ideología. Ellos que defienden al Islam como una religión de paz (no como el oscuro catolicismo que es la base de Occidente y, por ende, de ellos mismos, de tener lo que ahora tienen o de que pertenezcan a la sociedad o comunidad más desarrollada, en el amplio sentido del término, jamás vista en toda la Historia) no pueden elevar la voz en su contra. Y no lo pueden hacer porque los prebostes a los que antes aludía tienen su teta, o al menos una de ellas, en países donde ese tipo de religión es la reinante. Y esa teta sí que es ubérrima, sí. ¿Quién se va a rebelar contra esa mano que no sólo les da para comer, sino que también para un chalet con ascensor privado en la sierra y costea los buenos, y caros, colegios privados de sus niños? Nadie. Y mucho menos esos perrillos que andan bajo la mesa del banquete esperando a que caiga una miga de pan que llevarse a la boca. Perros del poder que se acostumbrar a ladrar por una miga de pan escurrido o fugado de la boca de un amo que dice no serlo. Un pan manoseado y mojado de babas.
Entretanto, los niños cristianos de Nigeria y Sudán siguen siendo masacrados sin que en las calles de Occidente nadie se manifieste, nadie corte carreras ciclistas o nadie cuelgue del antepecho de su balcón una bandera de alguno de esos países como muestra de solidaridad con esos pobres niños. Niños que sus vidas no son igual de valiosas que las de otras zonas en conflicto.
Niños sin Igualdad. Niños sin esperanza alguna.
Niños. Todos importan por igual.
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