Mis terrores favoritos
Hace un poco más de una década que fui padre. Desde entonces me he ido dando cuenta, poco a poco y como el que no quiere la cosa, que cada vez tengo más miedos. Gracias a Dios, todos ellos son miedos difusos, abstractos o del todo irreales y casi todos están relacionados de una u otra manera con la salud, la integridad o la seguridad de mi heredero. Me descubro con pavor revisando las ventanas del cuarto piso donde vivimos, no vaya a ser que se pueda precipitar desde ahí mi hijo; aseguro a conciencia todos y cada uno de los elementos de seguridad, pasivos y activos, de cualquier vehículo, a motor o sin él, en el que pueda ir montado mi pequeño; anhelo el momento en el que la llave que le hice el otro día haga girar el bombín de la puerta de casa y ver que llega sano y a salvo de cualquier circunstancia adversa que le haya podido surgir en los cinco minutos que nos separan del colegio religioso donde realiza su último curso de primaria. Me acojona sobrema...