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La mancha que los libros dejan en la pared

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    De los pocos vicios que un tipo como yo se puede permitir en la medianera de la vida es el de la lectura. Pero no sólo me acucia ese vicio así, en su generalidad, sino también en una de sus extremidades, la de comprar de manera cuasi compulsiva el maravilloso soporte donde se aloja la cultura. El libro. Mi sueño es tener una biblioteca inmensa, inconmensurable, copada de los títulos más variados, sugerentes y, sobre todo, más necesarios para hacer cumplir el desiderátum de que la vida merezca la pena ser vivida. Y yo, desde mucho tiempo atrás no concibo la vida despojada de libros.             Desconozco si es el olor, la tinta formando grafías, el papel o esa sorprendente capacidad de acoger en su seno una buena dosis de polvo casero o es una mixtura de todas ellas la que hace que sienta verdadera pasión por ese elemento de transmisión de la sabiduría. En los anaqueles de mis estanterías hay libros de Historia, a...

La encina que podó mi abuelo

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  Cuando una persona te marca para bien la infancia, la juventud y, ahora desde el cielo, la madurez es imposible hacer otra cosa que no sea hablar sobre lo que tanto te llegó a enseñar. Enseñanzas que, por otro lado, han quedado inscritas con tinta indeleble en el alma de quien esto escribe. Como ya sabrá el único lector capaz de aguantar esta lectura sin dar algún que otro cabezazo de sueño invencible, me estoy refiriendo a mi abuelo Leoncio, así llamado. ¡Otra vez el pesado éste hablando de su abuelo! Pues sí, ¡qué pasa! Fue él quien me transmitió una serie de sapiencias, valores y amor por tantas cosas que coloqué en su momento y con el debido cuidado en el petate que acompaña mis pasos en el Camino de Santiago de mi vida. De vez en cuando, al menos una vez al día, abro el cierre del petate, rebusco entre lo que en él guardo y extraigo lo necesario para ese momento dado. Hasta ahora me ha ido así bien y el peso de lo acarreado jamás me ha impedido continuar posando mis pies sob...

Palabra

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A Leoncio García Torres, mi abuelo. Mi infancia se desarrolló como buenamente pudo entre una ciudad pequeña a las afueras lejanas de Madrid y los veranos tórridos del pueblo extremeño de mis antepasados. Fue una época de mi vida muy feliz. Anhelaba la llegada de las vacaciones para ir al pueblo con mis abuelos. Hasta la absurdez rebelde de la adolescencia, acompañaba a mi añorado abuelo en las labores del campo. A lomos de un burro o de un mulo cabalgaba entre retamas, encinas y peos de lobo detrás del rebaño de ovejas familiar mientras mi cabeza navegaba por horizontes de grandeza del lejano oeste,  por los campos atestados de espadachines dispuestos a defenestrar con malas artes al rey o defendiendo España del francés entre la fragosidad mediterránea de Sierra Morena.              De mi abuelo aprendí, como de otra manera no podía ser, muchísimas cosas del campo, del ganado y de las plantas útiles para sanar o al menos ...

Palabras

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    A la memoria de Narciso González, mi tío. Es bien sabido por ti, querido y único lector, y permíteme que utilice el vulgar tuteo, que quien estas cuartillas digitales emborrona cada dos semanas es un fanático de las palabras, de sus significados, de su etimología. Tal es la pasión que por ellas tengo que, de muchos años atrás a esta parte, vengo confeccionando en un cuaderno de anillas un diccionario manuscrito colmado de palabras que encuentro en libros, artículos o reveladas por personas más sabias, no es esto para nada complicado, que yo. Lo ojeo con frecuencia, no sólo para fijar o refrescar en mi memoria el significado de tal o cual término, sino que también me sirve para analizar el cambio de mi caligrafía obrado por la magia del paso, ineludible, de los años.             Hay palabras que a uno le enamoran, bien por alguna de sus acepciones, bien porque le traen a la memoria las páginas del libro donde la des...

Abstracciones concretas

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  Tarde de martes cultural: dos presentaciones de sendos libros casi simultáneas En honor a la verdad, con una sola hora de diferencia. Terminada la primera de las presentaciones rápido hacia la segunda, distante un kilómetro y medio. Consigo llegar, qué digo llegar, asistir a ambas.             En la primera, el libro que desde Sevilla había venido a presentar, don David Cerdá, con su Dilema de Neo .  En la segunda, como decía, distante un kilómetro y medio de cuestas por el barrio de Malasaña de Madrid, don Carlos Marín-Blazquez hacía lo propio con su Escala Humana . Dos presentaciones, dos libros, dos editoriales diferentes, pero lo curioso es que ambos coincidieron en muchas cosas de las que se dijeron.             Distinguir lo abstracto de lo concreto.            Me quedé con esa idea y la fui masticando durante mi trayecto ...

Interruptus

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  Desconozco si le ocurre a todo el mundo o sólo a este humilde servidor que les escribe, pero cuando me encuentro conversando con alguien, suele ocurrir que nos asalta una tercera o terceras personas que, a saco, entran entre ambos e interrumpen la conversación. Me he dado cuenta de que en estos últimos tiempos me sucede con una frecuencia inusitada. No sé si antes me ocurría o que, de un tiempo a esta parte, le presto más atención al asunto.                                                                                                     Imagen de Peggy_Marco             El caso es que los asaltos a los que me refiero suelen ir acompañados de una prisa feroz, una verborrea lla...

Desconocimiento de causa

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  Decía el jesuita don Fernando García de Cortázar que una de las cosas que más le gustaba era ver el atardecer desde el castillo califal de Gormaz, en la castellana provincia de Soria. Y no es de extrañar la admiración que profesaba por estas piedras leyendo lo que sobre ella escribía cada vez que se le ponía a tiro hacerlo. Agostado ya el verano, yo que gozo de la bendición de la curiosidad me dirigí a la fortaleza a comprobar sin necesidad de intermediarios, aunque menuda la categoría del mismo, aquella aseveración.              No me queda otra y aquí, con poco público, públicamente lo hago, he de decir que don Fernando tenía toda la razón. Ver atardecer desde Gormaz es una de las maravillas inmateriales de este mundo, o al menos de este país. La fortaleza, esta sí material, es impresionante, de dimensiones conservadas colosales y donde la imaginación histórica de uno se expande por entre los lienzos de su muralla y puede llegar a ver moros, c...