Turismo sostenible

S us manos notaron el ligero frescor del antepecho de hierro del balcón. Cuando se soltó, el ligero frescor se convirtió en una quemazón que descendía a velocidad de vértigo desde el cuarto piso del hotel mallorquín donde hacía unas horas se alojaba. El airecillo que le ofrecía la caída al vacío era capaz de despeinar su melena acharolada. Bajo su cuero cabelludo, una serie de recuerdos inciertos se agolparon de manera cinematográfica por entre los pliegues pegajosos de su cerebro inundado de cerveza, ron y whisky del más barato de los que tenía en sus estanterías el chino de la esquina. Se vio en el día en el que todos los colegas, en el pub de su calle, quedaron en pegarse las vacaciones padre en una isla mediterránea. Su amigo Tony propuso un viaje a Malta; por cuestiones del idioma y de cultura, decía. Pero el grueso del grupo le dijeron que no era el mejor destin...