Patriotismo

 

El día de la Hispanidad anda uno con el orgullo subido, con una sonrisa perenne asomando en la comisura de los labios y una lagrimilla mostrando su gallardía en la punta hueca del lagrimal. Viene a su memoria la Historia de las gestas militares y civiles que durante siglos los españoles de acá y los españoles de allá desarrollaron no sólo para gloria patria sino para beneficio de la humanidad: hazañas bélicas que libraron a Europa entera de enemigos irreconciliables; construcción de catedrales, universidades y hospitales allende los mares; descubrimientos científicos, geográficos y médicos por doquier. Entre otras muchas que no caben en estas seiscientas y pocas palabras. Con tales antecedentes a uno le da por caminar con las costillas expandidas, el pecho henchido y el corazón bombeando sangre a raudales.

   Pero el patriotismo de grandeza se queda chico cuando aflora el del peatón, el de andar por casa, el de los pies en la tierra y el alma en un cielo que nos protege. Ese patriotismo de a diario que consiste en poner por delante las cosas que se tienen más a mano, los paisajes a tiro de piedra y el paisanaje que da color a la vida de nuestro país. Un paisanaje que lo conforma el panadero que antes de que el orto se asome por el horizonte tiene preparadas las hogazas, las barras y los bollos que han de estar a mediodía en nuestra mesa; el obrero de la fábrica que se deja la piel a tiras para dar de comer a su prole; el camionero que agarrado a la rosca transporta los productos que nos facilitan la vida. Y así podría seguir por todos los gremios que conforman el tejido con el que se confecciona la tela de nuestro país. Y todas estas personas se merecen un respeto y que, como patriotas, compremos sus productos y nos fijemos en las calidades que aportan y que en otros países no se dan y, por eso mismo, son más baratos. Y ese patrioterismo de peatón nos llevará a comprar los libros de texto de nuestros descendientes en la librería del barrio, que le cuesta Dios y ayuda poder pagar el alquiler y llevar un medio sueldo a su casa; o comprar la fruta y la verdura al agricultor de nuestro pueblo, que la riega con el sudor de su esfuerzo y que así no tendrá que tirarla en la puerta del Ministerio, en la frontera del Pirineo o dejarla pudrir colgando de su mata; o calzar nuestros pies con unas buenas botas fabricadas en las factorías del Levante o de cualquier otro sitio de nuestra tierra, que nos harán hollar tierras ignotas y cercanas, paraísos a la vuelta de la esquina, pueblos que muestran en cada muro de cada casa la grandeza de una gente que se necesita y se comprende, que se desvela por los anhelos de sus vecinos y que cuando alguien necesita un hombro para arrimar o para llorar ahí tendrá cientos de ellos.

   Por eso el patriotismo también consiste en evitar ese individualismo que desde instancias superiores nos han venido a imponer, a pensar sólo en uno mismo sin que te importe un ápice el sufrimiento de la persona que tienes a tu lado o a consumir sin remedio lo que te ofrecen desde la lejanía que internet nos impone. Porque el individualismo no sólo es antipatriota sino que también es antihumano. Porque el ser humano o es un ser sociable o no es, y, qué mayor y mejor sociedad que el amparo, la protección y el orgullo que nos ofrece la patria y quien la compone.

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