El otoño

 

El otoño se despereza e ilumina la vida con esos días en los que las gotas de lluvia se resbalan por el cristal de mi ventana. El otoño se desviste en aire insultante y solapas que hay que tender a subir. El otoño me recuerda la melancolía con la que tejía mi madre los calcetines, las rebecas y los jerséis recios con los que nos habíamos de cubrir cuando el crudo invierno arreciara.

   El otoño es un triste mirar la calle desde una casa a ratos cálida y a ratos acogedora. El otoño es aliento que empaña el cristal de mis gafas de ver de lejos. El otoño es el ufano salto que da aquella chica para sortear el charco que se ha convertido en el espejo de la acera.

   El otoño es la estación preferida de los seres solitarios que se abrochan la gabardina al salir del café. El otoño es la estación que necesita el invierno para hacerse mayor de edad y poder votar en las elecciones. El otoño es la estación de tren de los sueños rotos por los amores juveniles, impúberes y platónicos de un verano casi olvidado.

   Al otoño le gusta jugar a que se levanten con el aire las faldas de las muchachas. Al otoño le gusta ver a los abuelos cubrirse la cabeza para que no coja frío la calva que ya lleva mucho tiempo como adorno de esa parte del cuerpo que indica su estatura. Al otoño le gusta ver las lágrimas resbalar por las mejillas de los jóvenes desesperados que se sienten abandonados por la mujer querida.

   Cuando el otoño se viste con las mejores galas de las nubes embarazadas de lluvia, las niñas juegan a la comba en la parte techada del patio del colegio. Cuando el otoño descansa del viento y de los chaparrones indecentes se disfraza con el sol del veranillo de San Miguel. Cuando el otoño decide que ya está bien por hoy, se trajea con el uniforme del constipado incómodo y de la carraspera tediosa.


   Si el otoño estornuda, el invierno se muere de frío. Si el otoño cojea de una pierna, es porque el verano ha querido ser más otoño que verano. Si el otoño luce el chaleco, la primavera se cubre con el chubasquero.

   Si al otoño le da por llamar con los nudillos a mi puerta, yo le espero agradecido con mi bata atada a la cintura y abrazado por el humo fragante de mi pipa encendida.

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