Se vistió lo más despacio que pudo, con un gesto que sólo quería alargar todo lo que pudiese ese momento, ese instante de felicidad extrema que, segundos antes y a medio desnudar, había vivido. Su cara era una estrella rutilante, una faro en la oscuridad del mar, un pedacito de gloria bajo la piel. A vuelapluma pensó que sí había merecido la pena el nerviosismo previo. Él la miró con unos ojos de rocío de primavera, una media sonrisa bondadosa y le acarició el pelo que sobre los hombros le caía con unas palabras de algodón: «Enhorabuena, está usted embarazada».


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