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Mostrando entradas de septiembre, 2024

Desconocimiento de causa

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  Decía el jesuita don Fernando García de Cortázar que una de las cosas que más le gustaba era ver el atardecer desde el castillo califal de Gormaz, en la castellana provincia de Soria. Y no es de extrañar la admiración que profesaba por estas piedras leyendo lo que sobre ella escribía cada vez que se le ponía a tiro hacerlo. Agostado ya el verano, yo que gozo de la bendición de la curiosidad me dirigí a la fortaleza a comprobar sin necesidad de intermediarios, aunque menuda la categoría del mismo, aquella aseveración.              No me queda otra y aquí, con poco público, públicamente lo hago, he de decir que don Fernando tenía toda la razón. Ver atardecer desde Gormaz es una de las maravillas inmateriales de este mundo, o al menos de este país. La fortaleza, esta sí material, es impresionante, de dimensiones conservadas colosales y donde la imaginación histórica de uno se expande por entre los lienzos de su muralla y puede llegar a ver moros, cristianos, caballerizas, aljibes donde

La necesidad de historias

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  A principios de la última década del siglo pasado, cuando yo todavía no cobraba y mi padre lo hacía en la querida y añorada peseta, Cobi y Curro se paseaban orgullosos por las calles de nuestro territorio patrio y ninguna burbuja nos había eclosionado en la cara, un servidor cursaba sus estudios en un instituto de enseñanzas medias. Como no podía ser de otra manera, estudiaba letras. Letras puras, se decía.             Tenía una profesora de literatura española, Carmen, que ella misma parecía una obra literaria: voz suave como de tacto de pluma de oca, apariencia sosegada de ratón de biblioteca y un discurso estructurado en octosílabos, como de romances de ciego. Carmen mostraba una acerada pasión en sus explicaciones; pasión literaria, pasión por las historias, pasión por trasladarla, con mayor o menor suerte, a un alumnado que no era otra cosa que un derroche de hormonas del crecimiento adolescente.