La pequeña pantalla

 

El sol se escondía por entre las almenas del castillo y los últimos rayos se dejaron acariciar por las hojas de las encinas, el campo compró una gala cromática de indescriptible gusto para el paladar.

            Pero ninguno de los que allí estaban se percató de ello. Miraban hacia una pequeña pantalla las tonterías que tenía que decirles un tipo que nada sensato tenía que decir.

            En el cielo, el aire puro despeinaba las plumas de los buitres negros, de los leonados y de los milanos reales, mostrando piruetas imposibles, giros agresivos y picados de infarto: un espectáculo aéreo que jamás se iba a repetir con la intensidad de aquella luz.

            Pero el enfado de los jóvenes se iba acrecentando porque no llegaba bien la señal de internet a sus pequeños aparatitos en medio de un inhóspito campo.

            El guitarrista, en el concierto, se marcó el solo de su vida. Sus dedos vertiginosos ascendían y descendían por el mástil con la suavidad de la sabiduría.  El vello de los brazos del público se erguía de su butaca  para sentir, apreciar y aplaudir el virtuosismo efímero del instante.

            Pero alguno dejó de sentir para grabar, para compartir y para decir que él estuvo allí presente; pero ausente del todo.

                                                                         Foto de Thomas Ulrich

            En el museo, el cuadro de la exposición itinerante que nunca más saldrá de su pinacoteca para goce de cualquiera, se ve rodeado de infantes con aspecto difunto que solo tienen ojo para sus pantallas. Preocupados de decir que se encuentran en  la exposición y con esto sentir una aureola de falso disfrute y conocimiento, se les olvida acariciar la sensibilidad con la belleza expuesta.

            El mundo que gira a la velocidad del vértigo, nos muestra su grandeza y su pequeñez, su belleza extraordinaria y su esbeltez satisfecha, pero nosotros nos encargamos de minimizar todo al tamaño ridículo de las pantallas de nuestros móviles, creyendo (¡oh, imbéciles!) de que todo está ahí, a nuestro alcance y nos olvidamos de sentir con las paredes recias de nuestro corazón, de apreciar la inmensidad que nos rodea con nuestras córneas agotadas y a vivir con la fuerza que la vida necesita, con la única que tenemos, con la única que vamos a vivir.

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