Entradas

Mostrando entradas de noviembre, 2024

La encina que podó mi abuelo

Imagen
  Cuando una persona te marca para bien la infancia, la juventud y, ahora desde el cielo, la madurez es imposible hacer otra cosa que no sea hablar sobre lo que tanto te llegó a enseñar. Enseñanzas que, por otro lado, han quedado inscritas con tinta indeleble en el alma de quien esto escribe. Como ya sabrá el único lector capaz de aguantar esta lectura sin dar algún que otro cabezazo de sueño invencible, me estoy refiriendo a mi abuelo Leoncio, así llamado. ¡Otra vez el pesado éste hablando de su abuelo! Pues sí, ¡qué pasa! Fue él quien me transmitió una serie de sapiencias, valores y amor por tantas cosas que coloqué en su momento y con el debido cuidado en el petate que acompaña mis pasos en el Camino de Santiago de mi vida. De vez en cuando, al menos una vez al día, abro el cierre del petate, rebusco entre lo que en él guardo y extraigo lo necesario para ese momento dado. Hasta ahora me ha ido así bien y el peso de lo acarreado jamás me ha impedido continuar posando mis pies sob...

Palabra

Imagen
A Leoncio García Torres, mi abuelo. Mi infancia se desarrolló como buenamente pudo entre una ciudad pequeña a las afueras lejanas de Madrid y los veranos tórridos del pueblo extremeño de mis antepasados. Fue una época de mi vida muy feliz. Anhelaba la llegada de las vacaciones para ir al pueblo con mis abuelos. Hasta la absurdez rebelde de la adolescencia, acompañaba a mi añorado abuelo en las labores del campo. A lomos de un burro o de un mulo cabalgaba entre retamas, encinas y peos de lobo detrás del rebaño de ovejas familiar mientras mi cabeza navegaba por horizontes de grandeza del lejano oeste,  por los campos atestados de espadachines dispuestos a defenestrar con malas artes al rey o defendiendo España del francés entre la fragosidad mediterránea de Sierra Morena.              De mi abuelo aprendí, como de otra manera no podía ser, muchísimas cosas del campo, del ganado y de las plantas útiles para sanar o al menos ...