El ombligo de Adán

 

Tiene la sociedad en la que vivimos una serie de asuntos que nos resultan agradables del todo: una esperanza de vida que supera con creces las de otras épocas, una serie de derechos y deberes que hacen apacible el camino de la existencia y un acceso a la cultura, a la ciencia y a los contenidos que hicieron de nuestra especie una especie sabia que no tiene parangón con otras épocas o lugares.

            Pero igual que tenemos todas esas cosas y algunas más, adolecemos de una ombliguismo ridículo que nos hace pensar que antes de nosotros no había nada de lo que ahora hay. Ahora lo llaman adanismo, es decir, que somos esa generación que inauguró las fuentes, los pantanos y las carreteras del Jardín del Edén y que antes de nosotros ni siquiera calentaba la luz del día. Ese adanismo nos hace creer, falsamente, que todo lo hemos inventado nosotros y que nuestros antepasados más cercanos se paseaban en taparrabos de piel de leopardo por las trochas de la vida. No imaginamos cómo se pudieron construir las catedrales sin internet, ni conexión vía satélite, siempre y cuando nos fijemos en ellas. En las catedrales, me refiero. Tampoco se nos ocurre cómo se podían hacer cálculos exactísimos en los albores del siglo de Oro o que se conocieran las estrellas que decoran con su luz el techo del firmamento.  Es como si todo eso no pudiera concebirse desde el punto de vista del hombre moderno, tan superficial, egocéntrico y preocupado por esas cosas tan esenciales como encender la televisión.

Imagen de Elementus

            Pero la Historia ( como ya no se estudia Historia, así nos va) nos devuelve del ensimismamiento de nuestra mirada clavada en el agujero alimenticio de nuestro ombligo. Y nos dice que los romanos tenían unos ingenieros que ya   quisiéramos que nos viniesen a hacer las ñapas en nuestras casas cuando se nos atranca el wc, se nos cae el tejado por el peso de la nieve o se nos hace una gotera. También nos recuerda que acabada la Edad Media unos avezados marineros se aventuraban en barcos de madera  a cruzar los mares, los océanos y descubrir las terras ignotas que decoraban a cada paso los mapas de pergamino, que, además, abrieron el paso para que ahora nos solacemos en cruceros de última tecnología. También viene a narrarnos que con mucha maña y algo más de ingenio sabían expresar el latir de su época en cuadros de bellos trazos, en obras literarias de métrica y rima perfectas y en esculturas imperecederas y sin fecha de caducidad en la que vemos el sentir del arte, del artista y de una época que nos da con un baño de realidad en todos los morros de hombres modernos, adánicos y ombliguistas por definición.

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