Maestro
A Manuel García-Bustamante Escribano. Maestro
No hay cosa menos agradable que encontrar en el diccionario
de la Real Academia de la Lengua, justo antes de la descripción del significado de una palabra, la marca desusado (con la abreviatura «desus»), con la que indica
que el término, aunque fue comúnmente usado, ha dejado de utilizarse desde el
año 1900. Es como la esquela de las palabras (¡roguemos a Dios por el alma del
término!) cuando se pone en la puerta de la casa del difunto para que los
familiares, los amigos e incluso los enemigos tengan noticia del óbito o
fallecimiento.
Las
palabras no mueren así, de repente, de un infarto de miocardio, de un accidente
de circulación o en dura batalla de una de las guerras lejanas que poco o nada
les importan a los ciudadanos del denominado primer mundo. No. Las palabras
mueren de la enfermedad del olvido, de la terrible pérdida de su significado y
de la sustitución por otras que, menos concretas y más livianas en el peso
específico de su exactitud, las arrumban al baúl donde se concentran los
muertos civiles de nuestra sociedad.
Una de mis palabras favoritas ha comenzado el proceso de beatificación para bajar a los infiernos de la marca desusado («desus», para los amigos) y, como habrá adivinado mi única lectora por el encabezamiento de esta entrada y por su excelsa inteligencia y sabiduría, no es otra que el término maestro. Los impúberes alumnos de primaria no solo no utilizan el término, sustituido por el de vulgar profesor o, peor aún, su abreviatura, «profe», sino que tampoco conocen el significado real del mismo. Los adolescentes en proceso de metamorfosis a la edad adulta ni la emplean ni la esperan utilizar. Los universitarios la han canjeado por los puntos (ahora créditos ECTS) de la vulgaridad que contiene el anglicismo, y por otra parte horrísono, Máster (sí, en mayúsculas, pues sale muy caro). Por lo que se ve, está siguiendo los pasos de su predecesora en el cargo, aquel «maese», que más que la denominación de una profesión era la antesala de un título con el que dirigirse a la persona que destacaba en alguna materia por su erudición, por su experiencia o por su buen hacer.
Es una pena
que se pierda la palabra y, por ende, la figura del maestro. Y no solo es
maestro quien de espaldas a un encerado (otra palabra con la fecha de caducidad
cercana) explica a sus pupilos la historia de los visigodos, las integrales o
dónde narices nace el río que pasa por su pueblo, pues también un maestro puede
ser una persona que ya no se encuentra entre nosotros en este valle de
lágrimas, pero que con sus escritos, con su oratoria o con su labor biográfica
ha dejado que el poso de su conocimiento llegue a otros. También el panteón de
maestros puede estar formado por hombres y mujeres que, aunque no tenemos el
gusto de haber apretado su mano ni haber cenado con ellos, influyen con sus
artículos, con sus conferencias o con sus alocuciones en diferentes medios de
comunicación en nuestra manera de enfrentarnos a un mundo que se desquebraja. O
esas personas de andar por casa, sin estudios, sin títulos, sin papeles y con
mucho que perder en la vida, que nos enseñan el valor de la lucha diaria, del
esfuerzo y del compromiso con sus semejantes, verbigracia y entre otras cosas. Cada persona debe
buscar entre todos ellos quien puede convertirse en su maestro, en su guía en
algunos aspectos de su vida o en ese ser al que admirar e intentar tomar las
cosas buenas que se le presumen.
Maestros
hay como doctores tiene la Iglesia, de toda clase y pelaje: maestros de la
desinformación, maestros de la incultura y maestros de la vulgaridad. También. Pero
aquí ya entra la voluntad de cada uno para saber a quién escoger y, de ese
quién, qué escoger. Por esos somos libres, o nos lo creemos al menos, para que
la vida se dote de un sentido o de una capacidad que poder explotar.
Pero todo
esto que escribo carecería de sentido si perdemos el verdadero y profundo
sentido de las palabras, en concreto la palabra que nos atañe; pues si no tiene
significado se quedan vacuas, carentes de sentido y como un cuerpo sin alma.
Están, pero solo a medias y no han nacido para estar solo a medias, sino para
estar completas y para hacer a las personas que ostentan ese título, el de
maese, capaces de poder transmitir a los demás su don y hacer que sus atentas
vidas reluzcan y sean vividas en la plenitud que se merecen.
No solo el término está desvirtuado, la figura del maestro se va difuminando entre la masa pero por la falta de valoración por parte de la borregada...
ResponderEliminar