La pertinaz sequía.
Por las ondas de Radio Nacional o en la antesala en blanco y negro del NODO, bramaba la vocecita aflautada e indigna de un general, ¡qué digo general! ¡Generalísimo!, mediante la cual comunicaba a los españoles que su querido país, el cual se desperezaba a trompicones al tecnicolor, sufría una pertinaz sequía. Una sequía equiparable a una maldición bíblica que se apoderaba de los cielos inmaculados de nubarrones, de los campos agostados y de un amarillo, como la sequía, pertinaz, y de los surcos de las frentes sudadas de los campesinos, de los labriegos y de los jornaleros.
Las sequías de la anterior época eran longevas como matusalenes irredentos e infectos de odio hacia el pueblo español. No duraban la siesta del estío sino que se extendían por el sueño de todo el año y por el largo día de los lustros. Hogaño, las sequías no son tan pertinaces o duraderas, pero el machacón soniquete de los medios de comunicación las convierten en tediosas noticias que se alargan como chicles recién pisados reblandecidos por efecto de la canícula. El martillo pilón de los noticiarios ha pasado de pulverizar nuestros sentidos con el coronavirus, para continuar con los cuernecillos de diablo que le asoman un poquito más arriba de la frente a Putin, hasta llegar a los incendios forestales y el nulo aumento de las precipitaciones que deberían de haber caído sobre la superficie de nuestra piel de toro. Una y otra vez, a horas diferentes, se expanden sobre nuestra vista y nuestro oído las comunicaciones oficiales sobre la necesidad perentoria da ahorrar agua, de no malgastar ni la gota postrera que mana del grifo y de estrujar la hebilla de nuestro cinturón para hacer frente a las restricciones que la escasez, la moral y el sentido común exigen.
Foto: Luis Iranzo Navarro-OlivaresPero estas noticias, o sus heraldos, no hablan de uno de los motivos últimos de que los pantanos estén en las últimas. No. Tal vez porque no interesa hacer saber al ciudadano de a pie que no solo de precipitaciones viven, y se llenan, los pantanos del Plan Badajoz, verbigracia, sino que también se mantienen del agua que se ha venido acumulando con el deshielo, con las lluvias intensas de años anteriores o con el consumo moderado por parte de las personas a las que abastece. Pero este mantenimiento se está viniendo abajo por parte de compañías energéticas que aprovechando la escandalosa subida de la tarifa de la electricidad, se arrogan el derecho de desembalsar ingentes cantidades de agua para hacer girar las turbinas que, por ende, producen energía que luego consumimos el común de los mortales que residimos en este país. De esta manera, los directivos de las empresas eléctricas, en este caso, forran con billetes de quinientos euros la fina tela de los bolsillos de sus ternos a medida.
Y mientras los poderes públicos (sí, esos que en mayor o menor medida elegimos cada cuatro años) nos exigen que utilicemos el agua con cierto rigor y cabeza, cierran sus bocas, acallan sus meninges y dejan de hacer vibrar a sus cuerdas vocales cuando hay que elevar quejas ante las empresas que nos hurtan el agua de nuestros pantanos. ¿Y por qué no elevan el grito al cielo en beneficio del máximo común múltiplo de sus votantes? Por una sencilla razón que a cualquier niño se le puede explicar y, sobre todo, puede llegar a entender sin dificultad alguna: porque mañana serán nuestros representantes públicos de hoy los que alicatarán con billetes de quinientos la tela (fina) con la que se confeccionan los bolsillos de sus pantalones de pana (hoy) o de trajes a hechos a medida (mañana). ¿Y quién es el aguerrido político que se va a atrever a morder la mano que en el futuro le va a dar de comer, y no solo comer, a él y varias de sus generaciones? ¿Quién ladrará hoy al pan fresco que mañana llenará su panza?
En efecto, nadie. Nadie. Nadie va a lanzar piedras al tejado que le va a proteger de la intemperie del futuro, que siempre es incierto. Mientras tanto, nosotros, pobres mortales, seguiremos pagando el pato de la energía con el sudor de nuestra frente y las restricciones para poder ducharnos a diario, regar el pequeño huerto que tenemos junto a nuestra casa del pueblo o lavar la tela con la que están confeccionados nuestros rotos bolsillos.
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