Estadísticas y mentira

 

El afán del hombre actual o moderno por medirlo todo, por saber las dimensiones de un mundo que quiere hacer a su medida, a la medida de sus propios ideales, nos están llevando por trochas y senderos que rozan el esperpento o, directamente, la idiocia más absoluta. Sistemas métricos decimales, arrobas de datos y quintales de engaños pasan por las pantallas de nuestro gran hermano actual y particular a diario. Todo es susceptible de ser medido, de ser calibrado y de ser objetivado. Y para ello es necesaria la estadística oficial.

Ocho de cada nueve dentistas recomiendan la pasta dentífrica blancdiente para nuestra higiene bucal; dos de cada tres españoles prefieren la playa a la montaña en el disfrute de su periodo vacacional; el cuarenta y tres coma uno por ciento de los ciudadanos estarían dispuestos a votar a uno o a otro lado en las elecciones autonómicas de la Región de Murcia, declaman con estrépito los anuncios, las tertulias y los noticieros de televisión. Y nosotros deglutimos estos datos y nos hacemos una composición de lugar que cada uno la hace a su manera. Unos, los más incautos, pensarán que los dentistas son los mejores encargados de vender productos de higiene bucal; otros, que la montaña estará menos concurrida en el mes de agosto y así podrá realizar las rutas que más le gustan en una completa, o casi, soledad que les invite a la reflexión; y los últimos pensarán que con ese porcentaje el partido tal o cual ganará sin duda en la huerta murciana e impondrá a sus ciudadanos unas medidas que les harán su vida más apacible. O no.

A veces, este torrente de datos viene acompañado por una serie de gráficos que con un simple golpe de vista nos indican las diferencias entre una y otra cosa. Así tenemos gráficos de barras, diagramas de mesa comedor y pictogramas de desviar nuestra atención. Todos ellos visten de blanco a la novia de la estadística y, nuestra mente, vaga por naturaleza, se fijará de inmediato en esta suerte de pinta y colorea y se hará una imagen de lo que está ocurriendo a su alrededor, más o menos certera. O no.


Así dejamos que las estadísticas, y sus ropajes de boda, nos alteren, muten o hagan cambiar nuestra forma de ver las cosas y por ende de pensar. Somos capaces de variar hasta nuestro modo de actuar con solo dejar posar nuestros ojos en los datos (siempre los datos) con los que nos abruman a diario. Variamos, como decía, nuestras vacaciones, nuestras condiciones de vida y, sobre todo, nuestra intención de voto, que es lo que interesa, sólo con que las estadísticas nos lancen las señales con las que dirigirnos por donde interesa.

¿Pero nadie se ha parado a pensar en cuánto de verdad y cuánto de mentira hay en los datos estadísticos? ¿Nadie se ha fijado en la capacidad de cambio en nuestras vidas, nuestros hábitos y hasta en nuestras relaciones personales que tienen? Pues imagino que sí. Pero la masa que deglute redes sociales, televisión y el resto de los medios de comunicación se convierte (nos convierten) en un conjunto de personas incapaces de analizar con un atisbo de crítica lo que nos ofrecen.

Me viene a la única neurona una escena de una mítica película brasileña titulada Tropa de Élite, en la que aparece una persona asesinada y los policías se dedican a moverlo de un distrito a otro para que no cuente en la estadística de uno u otro de los distritos mencionados. Así, de este modo, el distrito donde al final se queda el muerto, se convierte en un distrito menos seguro que el otro. Si esto lo trasladamos a cualquier ámbito de los de la administración, podremos inferir que todo dato estadístico es manipulable y toda cabeza que se los cree también.

Y nada más que añadir cuando este torrente de datos cae en manos de los políticos de turno. De uno y de otro lado. Da igual.

Comentarios

  1. Javier, siempre se ha dicho que "hay mentiras, grandes mentiras y estadísticas", o algo similar.
    En nuestra casa bien sabemos que es posible retorcer la estadísticas hasta que cante los datos que nos interese en cada momento, si nosotros la usamos a nuestro interés... qué no harán en las altas esferas, miedo me da jajajajaja.

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