Al rico reutilizar sobres de elecciones

 

Iba a escribir este artículo en tiempo de elecciones, pero me he dado cuenta que vivimos en un estado perenne de tiempos de elecciones. Unos plebiscitos continuados, con una persistencia sin final. Y se preguntará el único lector que tiene a bien leerme cuál será el motivo por el cual este texto debería haber sido escrito en época electoral; pues fácil es la solución que a renglón seguido paso a contarle:

            Nos abruman durante la campaña electoral con una ingente cantidad de publicidad que a nuestro nombre acude en masa a los buzones de correos. Lo bueno de este aluvión es que se vuelve a dar un uso que no sea ornamental a esas bonitas bocas devoradoras de papel de nuestras casas, olvidadas ya las cartas de amor, las postales de viajes o las felicitaciones con motivos navideños.

            Bueno, al lío, con semejante desbordamiento de celulosa publicitaria de personajes que muestran su mejor perfil, acuden a casa de un servidor unos sobres de color sepia o salmón, éstos para el Senado, la Asamblea comunitaria o para el AMPA del colegio de los niños, y de color blanco, para el Congreso. O algo así. El caso es que esta suerte de envoltorios mágicos en los que se disfraza a la democracia de un acto decisorio de cada uno de nosotros, tienen un tamaño verdaderamente maravilloso, que no es otro que el tamaño de los billetes de cincuenta euros.

            ¡Vaya casualidad!

            O no. Si tuvieran un poco más de largo podrían servir de alojamiento a los billetes de quinientos euros; pero estos han sido tan denostados después de su uso y abuso cuando la burbuja del 2008 no había estallado y cualquier destripaterrones se encendía cohíbas con este papel tintado y con fibrillas luminiscentes. Por este motivo y algún otro que se esconde en los legajos de la Audiencia Nacional, el portador de papel moneda de tal color se convierte, de modo inmediato, en sospechoso de algo. Y no quiero decir nada si el portador tiene un cargo de esos que se denominan electivos. Sí, querido lector, sí, de esos a los que puede llegar cualquiera, sin estudios, sin antigüedad y sin carisma, pero con un buen carné en el bolsillo interior de la americana hecha a medida en el Corte Civil, verbigracia. Cuando de un iluminado de estos se trata, la sospecha adquiere el tamaño de volcán de la Palma en erupción; y, ya se sabe con los volcanes, que tiene esa manía de estallar y escupir lava por doquier.

            Pues como he dejado de ser crédulo de las casualidades, de la chiripa o de la mera suerte que tienen siempre los mismos, he llegado a la conclusión que los sobres que utilizamos para elegir democráticamente a nuestros representantes para gestionar con el mayor respeto, rigurosidad y elegancia nuestros bienes materiales e inmateriales (que de todo hay) tienen el tamaño de los billetes de cincuenta no por casualidad, accidente o azar, sino que lo tienen por alguna razón. Y esa razón es que los billetes de cincuenta son bastante comunes (hasta que se cambian, pues es en ese momento en el que adquieren la virtud de desaparecer y provocar en nosotros la inevitable pregunta de qué he hecho yo con los cincuenta pavos con los que salí de casa), son difíciles de rastrear, fáciles, por el contrario, de blanquear si tuvieran caquita escondida entre sus pliegues, y no levantan sospechas sobre el que los porta.

            De este modo, se avecina a mi imaginación una suerte de locura de pagos con billetes de cincuenta por favores de índole administrativo y (¡cómo no!), el papel moneda va en sobres de las elecciones. Sobres color sepia o salmón por aquí, sobres color blanco por allá y todos, todos, a rebosar de papeles con un cincuenta dibujado en colores que cambian según les incida la luz. Y, de paso y como somos muy defensores de las tres R, reutilizamos esos sobres que sobran en las elecciones y les damos una nueva vida: una nueva vida esplendorosa, una nueva vida llena de vitalidad, una nueva vida rebosante de una riqueza sin par y lista para seguir por el camino que nos han trazado. Así se hace la fiesta de la democracia mancillada por las boñigas de los aprovechados que se alicatan con el disfraz de defensores de la ciudadanía.


            Y, mientras tanto, todo sigue igual: antes eran billetes de quinientos, ahora de cincuenta, pero el resultado no cambia.

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