NEORRURALES. ¿La solución?

 

El olor parece que echa para atrás a cualquiera. No es para menos; el estiércol es lo que tiene. Pero la persona que alguna vez lo ha trabajado sabe que tiene un potencial de lo más interesante para eso a lo que llamamos vida a la que, encima, aporta una calidad excelente. Los urbanitas recalcitrantes huyen como de un ataque aéreo de los olores con los que se tiene que convivir en el mundo rural. Sin embargo les encanta ese concepto aséptico y anodino de neorruralismo, pero sin involucrarse en demasía con los paletos de chaleco abrochado, boina enrroscada y cigarrillo pegado a los labios como complementos de temporada. No les gusta el olor, pero tampoco les gusta pegar la hebra y enterarse de lo que va la vida en el pueblo, de sus gentes, de sus tradiciones. Entonces ¿para qué coño van al pueblo? No lo entiendo. Me parece que siguen los mismos pasos de esos turistas que son capaces de recorrer el mundo entero, de cabo a rabo, sin apenas hablar con ningún autóctono que no sea su touroperador o ese mono al que fotografía mientras se masturba (el mono, claro) en lo alto de un árbol selvático. Son ese remedo de viajeros que pasan por los lugares y por la vida sin enterarse mucho del asunto, en busca de la fotografía, del video o de acumular una experiencia más que coleccionan como el general colecciona sus medallas. Pues de ese mismo modo es como yo veo a esos «neorrurales», que viven sin vivir en sí, con todo lo que les hace falta para no sentir el apagón o la temida desconexión urbana; con sus redes sociales a punto de mostrar en fotografías a color, su superioridad cultural y moral sobre los lugareños que se desgañitan al silbar a su rebaño díscolo; con su ordenador portátil como única herramienta de trabajo tan ajeno al arado o al garrote del pastor, tan alejado del hábitat donde vive. Y así pasa los días, con los ojos mirando a las luces de neón, ahora de led, y el cuerpo prisionero en un ambiente rural al que nunca ha querido pertenecer de pleno.

La regeneración de la conocida como «España vaciada» no puede venir de ese tipo de personas, pues sólo se convertiría a los pueblos en parodias de esas infinitas urbanizaciones de chalets empotrados que se comen los campos de cereales de alrededor de la ciudad, lugar al que sólo se va a dormir o a celebrar barbacoas con amigos que, a cada momento, elogian a la vida, la tranquilidad y el aire puro que se respira. Tampoco creo que pase la regeneración por hacer el teletrabajo necesario para que la burócrata urbe continúe con su irremediable caminar, desde las zonas rurales Que así se consigue frenar al despoblación, totalmente de acuerdo; pero que no se recupera la vida rural, pues también. Porque los pueblos que se encuentran en el catálogo de especies en peligro de extinción no sólo requieren de personas que vivan en ellos, tal y como lo podrían hacer en cualquier barrio de cualquier ciudad, sino que se necesitan personas que cultiven los campos y la cultura popular, con la única intención de evitar al desaparición de unos pueblos, unas gentes y una cultura que, no nos vayamos a olvidar, nos da de comer. Y no sólo eso.

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