Cuando la muerte nos sienta tan bien

 

La ley de la eutanasia corre desbocada por un país en llamas. Como siempre, tenemos que ser de los países punteros en leyes que no defienden la vida, por mucho que haya sido constituida en un derecho, la vida, digo. Derecho que, por otra parte, suele quedar relegado ante intereses minoritarios y partidistas que, curiosamente, siempre provienen del poder establecido. Muchos de los defensores de esta ley se ponen del amargo lado de esas personas que sufren lo indecible por una enfermedad. Yo también. Y lucharé siempre porque no sufran esos dolores que les hacen padecer una vida casi imposible. Pero no lo haré defendiendo que se acabe con su vida, sino con el apoyo necesario para reducir en lo posible tales sufrimientos.

Pero el asunto ni es baladí ni se queda en esa superficie enfangada. El asunto es mucho más serio como para solo tratarse en un meme, en un twit o en un anuncio de veinte segundos en la televisión. ¡Malditos filósofos del meme que se creen poseedores de la verdad absoluta sin apenas rascar en la piel del problema! Como decía, el asunto va mucho más allá, porque hoy queremos acabar con el sufrimiento de esa pobre persona atada sin remedio a una cama; pero mañana querremos eliminar a esa otra que ha caído en una absurda y destructiva depresión y, lo peor de todo y es hacia donde vamos desbocados, pasado mañana abatiremos a esos ancianos que tanto nos estorban y tantos recursos estatales consumen. Porque el envejecimiento de la población española va a conseguir que haya una miríada de viejos por doquier, afanados en beber de la teta del Estado absoluto (sí, han leído bien, absoluto), una teta ya de por sí esmirriada de tanto mamón que la esquilma. Y, como decía, no va a haber tanta teta para todos esos mamones que no saben vivir de otra cosa que no sea el expoliar un patrimonio común al que, sin duda, han contribuido muchísimo más con su esfuerzo los ahora jubilados que los subvencionados, de uno u otro color. Y como el subvencionado, de uno u otro color, insisto, goza de una excelente salud dental para dar dentelladas a los recursos que todos pagamos y, sobre todo y ante todo, se regocija ante un poder regalado (envuelto en papel y todo), teme que la vaca lechera del Estado se quede sin su preciado fruto blanco y, como inevitable consecuencia de ello, tenga que hacer lo que nunca ha hecho: TRABAJAR. Por eso llegará el momento en que le estorbarán los ancianos achacosos que críticos observan cómo levantan un edificio donde antes sólo había un solar o cómo cuentan sus experiencias vitales a unos nietos que ni siquiera hacen el esfuerzo por dejar a un lado el maldito móvil y escucharles.

La eutanasia, que no es más que un cursi eufemismo de asesinato, se está haciendo fuerte y está calando en los cerebros de una sociedad adormecida a la que la manipulación, siempre desde el poder, y la aplicación de la ventana de Overtón hacen que algo abominable como matar a una persona, ¡qué digo a una persona, a un ser querido!, sea visto como algo normal, como algo beneficioso. No sé que pasará por las cabezas de los humildes peatones que apoyan sin fisuras esta ley cuando, ancianos y achacosos, se enfrenten a los que quieren acabar con su vida simplemente porque estorban, porque dan mucho trabajo y porque tienen unas pensiones que qué bien nos vendrían eliminarlas para nuestro «bien común». ¿Se preguntarán si apoyan sin fisuras esta ley por el mero hecho de que la ha dictado el partido al que votan o por pleno convencimiento al que han llegado tras un proceso madurativo y de profunda reflexión?

Y aunque estas letras parezcan apocalípticas, distópicas e irrealizables, analicen lo ocurrido con la ley del aborto, que comenzó como una ley de supuestos deleznables y que a una gran mayoría del respetable les parecían legítimos y terminó constituido en un derecho y de realización libre para todo quisque ( incluso las menores no tienen ni que rendir cuentas ante los padres que les dieron la vida y les mantienen). No sé dónde quieren que termine una sociedad que finiquita a los niños que van a nacer y mata a los ancianos que en su momento no fueron abortados, como si la muerte nos sentara muy bien.

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